“Conozco muchas personas que tienen una relación similar con este oratorio de Händel, especialmente en el entorno anglosajón”, añade. Pero Christie cambió drásticamente de entorno en un momento de su vida. En 1970 decidió abandonar su país tras oponerse a la Guerra de Vietnam y se afincó en Francia. “No sé lo que habría sido de mí si no lo hubiera hecho. Quizá estaría muerto y no habría tenido la misma carrera musical”, opina. En París encontró acomodo junto a otros compatriotas, como la soprano Judith Nelson, tocando música contemporánea y música antigua en el Five Centuries Ensemble, donde también coincidió con Jordi Savall. “Teníamos mucha libertad y además la música contemporánea estaba bien pagada; tocábamos composiciones de Bussotti, Berio, Boulez y Luis de Pablo, pero también obras de Monteverdi y Gesualdo”, recuerda.
En torno a 1976 decidió especializarse. “Opté simplemente por la música que más amaba y me centré en los siglos XVII y XVIII”. Primero se vinculó al grupo Concerto Vocale, de René Jacobs, pero en 1979 fundó su propia criatura que bautizó con el título de su primera producción, la ópera breve Les Arts Florissants, de Charpentier. “Tenía a mi alrededor varios excelentes músicos jóvenes, como el contratenor Dominique Visse o la mezzo-soprano Guillemette Laurens, y les propuse crear nuestro propio grupo”, relata. Se centraron en recuperar numerosas obras del barroco francés (Charpentier, Lully, Campra o Rameau), pero pronto añadieron Monteverdi, Purcell o Händel. “Al principio ensayábamos en mi apartamento y, después de un año, teníamos muchas ofertas para tocar y grabar. Fue todo muy rápido”, recuerda.
Christie ha cultivado un inmenso repertorio, aunque siempre cronológicamente fiel a su especialidad. Nunca ha osado rebasar los lindes que van más allá de Haydn y Mozart. “Hace cinco años un buen amigo director de teatro en Alemania me propuso una producción de Tristán e Isolda, de Wagner, y le dije que firmaría pero para dentro de 15 años”. Se ríe cuando insistimos en otro título quizá más apropiado para él, Pelléas et Mélisande, de Debussy, pero continua con tono serio: “No rehuyo trabajar con orquestas sinfónicas modernas, como hice con la Filarmónica de Berlín o hace poco con la Orquesta Nacional de España, pero no creo que pueda afrontar ahora un repertorio más moderno”. Afirma que no podría vivir sin Mozart, pero que ese es su límite. “Tampoco me siento empobrecido por no dirigir Mendelssohn o Brahms, pues mi repertorio es muy rico y no para de crecer”, añade.
Händel ha sido siempre uno de sus compositores de cabecera. “Para mí pertenece a la gran tradición humanista del Renacimiento y el Barroco”. Aunque El Mesías contiene música para cualquier parte del año litúrgico, opina que trasciende lo meramente religioso: “Suelo decir a mi grupo que es indiferente ser creyente o no para adentrarse en esta obra. Yo mismo no creo en la encarnación, ni en la muerte de Cristo, ni tampoco en su resurrección”. Para Christie trata de la condición humana y de su tragedia. “Es una obra que nos conforta y da esperanzas, especialmente cuando vemos lo que está pasando en Alepo o en el Mediterráneo”, asegura. Está convencido de que esta música hace mejores a las personas. A comienzos de este mes realizó en la Philharmonie de París un proyecto participativo con El Mesías, similar al realizado aquí por La Caixa. “Reunimos un coro de 40 sopranos, 50 altos, 50 tenores y 60 bajos, todos amateurs y de diferentes edades, y fue estupendo”, reconoce. Es lo que considera su mayor logro y como le gustaría ser recordado: “Como alguien que dio a las personas consuelo y esperanza con la música”, concluye.