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Edgard Varèse, la música como mineral

10/11/2015 |

 

Uno de los músicos más visionarios del siglo XX, Edgard Varèse, fallecía hace cincuenta años. Su áspero mundo sonoro influyó a autores como Xenakis y Frank Zappa

Nos hemos perdido el mayor escándalo musical del siglo XX. Lo ocurrido el 29 de mayo de 1913, cuando en el Teatro de los Campos Elíseos de París se estrenó la «Consagración de la primavera», de Stravinsky, sólo puede reconstruirse a través del testimonio de los protagonistas y de las crónicas de la época. Con el otro gran escándalo musical del siglo XX hemos tenido mejor suerte. Ahí estaban los micrófonos de la radio francesa para inmortalizar el tumultuoso estreno de «Déserts», de Edgard Varèse, un 2 de diciembre de 1954. La grabación se publicó hace años, pero puede escucharse en Youtube. No tiene desperdicio.

Risas y quejas

Las primeras quejas llegan en el minuto cinco y ahí se monta ya un breve alboroto. La función sigue sin problemas aparentes hasta el minuto diez, cuando vuelven aún más fuertes las protestas y los abucheos. Otra parte del público, por reacción, manda callar a los agitadores y aplaude la música. A partir de este momento la sala se convierte en un campo de batalla. Las reacciones más pintorescas se producen cuando suenan las tres «interpolaciones de sonidos organizados electrónicamente». Se trataba de sonidos grabados en cinta magnética, recogidos en fábricas, fundiciones y barcos o creados en estudio. Ahí estallan carcajadas, mofas, gritos. Un espectador se pone incluso a emitir ladridos. En medio de semejante revuelo, Hermann Scherchen sigue dirigiendo hasta el final sin inmutarse.

 

Sería demasiado cómodo, ahora, ironizar sobre estas actitudes. A su manera, los espectadores habían entendido perfectamente de qué iba aquella música y la rechazaban. Es, la de Varèse, una música que expulsa al oyente: una música «mineral», áspera, basada en la conflagración de planos sonoros duros y cortantes, como si perteneciera a eras geológicas anteriores a la aparición de la vida, a mundos deshabitados donde la presencia del hombre ni siquiera se prevé.

El estreno de «Deserts» convirtió la sala de conciertos en un campo de batalla entre partidarios y detractores

Aun siendo admirador de Varèse, no aconsejaría a nadie aproximarse a su obra empezando por «Déserts». Hay desde luego opciones menos traumáticas. Un buen punto de partida sería «Amériques» (1918-21), la primera pieza que Varèse quiso retener en su catálogo: página mastodóntica y reveladora del temperamento visionario del compositor, pero todavía en el límite de horizontes sonoros reconocibles. El siguiente paso sería «Octandre» (1923), donde se abren paso matices de delicadeza e intimismo dentro de la habitual rudeza sonora varèsiana, con empastes tímbricos muy peculiares que son marca de la casa.

A partir de ahí, uno puede dar el salto a lo más «heavy» del compositor. Como «Intégrales» (1924), posiblemente su obra más lograda y sin duda la más equilibrada, la más esencial: un concentrado de la poética de Varèse con una paleta expresiva amplísima. Dentro de la progresiva anulación de las barreras entre sonido y ruido, un capítulo importante se escribe con «Ionisation» (1929-31), una de las primeras piezas de la música occidental cuyo discurso es desarrollado en su totalidad por las percusiones.

Poema electrónico

Varése tenía especial alergia al violín y a las cuerdas en general. Consideraba que la música del siglo XX necesitaba nuevos instrumentos y se puso a buscarlos entre los que la tradición clásica había marginado: las percusiones y los vientos (sobre todo el viento metal). No satisfecho, empezó a experimentar con herramientas electroacústicas en un pionero ensayo, el «Poéme electronique», escrito en 1958 para el Pabellón Philips de Le Corbusier. Escuchada con los oídos de hoy, esta pieza suena rudimentaria y su tecnología algo torticera, pero sirvió para abrir caminos.

Nacido en París en 1883, a partir de 1916 Varèse decidió marcharse a Estados Unidos, donde permaneció hasta su muerte en 1965. N o es que al otro lado del Atlántico el público norteamericano mostrase mejor disposición hacia su música. A Varèse le fascinaba América como metáfora del descubrimiento, de lo desconocido, de los paisajes ilimitados y vírgenes, pero también como ejemplo de una sociedad libre de las ataduras del pasado y de la tradición, volcada en el futuro.

Varèse fue un solitario, un romántico explorador de mundos sonoros inauditos, un anárquico ajeno a modas y escuelas. Su obra es un eslabón fundamental de la música del siglo XX, capaz de entusiasmar a autores tan dispares como Xenakis y Frank Zappa.

Stefano Russomanno
Abc

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