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Caminar por Cuenca es difícil. Hay que luchar contra un terreno escarpado, donde el esfuerzo da la mano al agotamiento. Y, sin embargo, la Semana de Música Religiosa lleva 53 años recorriendo la ciudad sin quejarse, descubriendo rincones donde hacer creíble un repertorio que se ha convertido en segunda piel del paisaje. En Cuenca y fuera de ella, nadie duda de que el festival es una cita incuestionable, propia, característica y significativa; tánto como pueda serlo cualquiera de los espacios que lo cobijan, partiendo del más convencional, el Teatro Auditorio excavado en la Hoz del Huécar, al más imponente, la Catedral, sin olvidar otros que tienen espiritualidad propia: en lo alto de la ciudad la Fundación Antonio Pérez; luego las iglesias de la Merced, San Miguel; fuera de ahí la de Villanueva de Jara o la muy curiosa de Arcas, románico muy meridional del siglo XIII.

Trabajo bien hecho

Vista en su globalidad es un ejemplo preclaro de trabajo bien hecho, capaz de poner en valor (y eso, hoy en día, tiene mucha importancia) los medios posibles sin renunciar a ninguno de los principios que, con el paso del tiempo, han configurado la personalidad de una cita tan particular. Destaca la atención a un repertorio poco transitado según ejemplifica el oratorio de Antonio Caldara «La morte e sepultura di Cristo», la recuperación de la solemnidad litúrgica que este año lleva el canto gregoriano al Vía Crucis, o la rememoración de fechas relevantes como el 500 aniversario del nacimiento de Teresa de Ávila, que se adorna con un programa musical en el que se evocan varias estaciones de su propia biografía.

También será protagonista el conquense y nonagenario Gustavo Torner, homenajeado con la exposición «Torner entrópico», que recuerda los veinte años de una de sus obras más significativas, las vidrieras de la Catedral de Cuenca, e inspirador él mismo de la obra compuesta para la ocasión por Joan Magrané. Éste y José María Sánchez Verdú son los dos autores que estrenan en Cuenca, donde la creación contemporánea siempre ha sido parte sustancial.

Diverso, trascendente y abstracto

De ahí lo diverso, lo trascendente e incluso lo abstracto que musicalmente ratifican mundos tan diversos como los que pueda sugerir el pianista Javier Perianesinterpretando a Schubert, Mompou y Debussy, Jean-Guihen Queyras con las suites para violonchelo de Bach, o el cuarteto Quiroga atentos a la inusual revelación sonora a la que induce la música del americano George Crumb.

Sonarán también ejemplos de polifonía romántica, del pequeño formato al que obliga la música palaciega de Boccherini a cargo de la Camerana Boccherini, las extrañas y sorprendentes obras vocales de Gesualdo en «Amore contraffato» y otros ejemplos cercanos al isabelino Thomas Tallis. Incluso hay caminos que aún siendo musicales interesarán a otros sentidos: conferencias, cursos, charlas y programas didácticos. Los tránsitos son muy diversos sin olvidar la tentación a la que encandilan las grandes obras, desde la tercera sinfonía «Poema divino» de Prokofiev, a la «Misa de la coronación» de Mozart que servirá de clausura, y la referencial «Pasión según san Mateo» de Bach en versión dirigida por Christoph Prégardien.

Hoy por hoy, es difícil imaginar la Semana Santa en Cuenca sin el paraguas de una música que este año se expande por la ciudad a través de los dieciséis conciertos del festival. Simplemente porque con él se recrea un patrimonio inmaterial que también suma en la configuración del entorno colaborando a expresar una identidad cultural y social propia. En explicación de San Agustín porque lo festivo se manifiesta en la experiencia. Algo aparentemente fácil de entender pero que no siempre se asume con la decisión y la personalidad con la que Cuenca lo hace a día de hoy.