12/1/2015 |
El Teatro de Lucerna celebra sus 175 años de existencia y se ha hecho con el privilegio de ese estreno. Para Padrissa, había un motivo afectivo adicional. Su tía Montserrat emigró a Lucerna en pleno franquismo y enviaba a la familia dinero, ropa y chocolate blanco desde allí. Padrissa ha contado en alguna ocasión que Lucerna era para él como el paraíso soñado y que aprendió su nombre antes que el de Barcelona. En Cantos de sirena ha fundido hasta lo inimaginable los conceptos de ópera de cámara; cercanía con el público al estilo furero; cabaret lírico; alta tecnología con la incorporación de instrumentos electroacústicos robotizados que conviven con los instrumentos convencionales; ballet; cantantes en posiciones y actitudes de extrema dificultad, e incluso una sinfonía de sabores llevada a cabo por el gran cocinero suizo Stefan Wiesner, el hechicero del michelinado restaurante Gasthof Rössli en Escholzmatt, con la colaboración sorprendente de una combinación de maíz y chocolate del mismísimo Ferran Adrià. ¿Que qué les estoy contando? Pues en cierto modo una variante siglo XXI de la famosa gesamtkunstwerk, obra de arte total que mencionaba Wagner. Imagínense. La Villa Tribschen, donde se instaló el compositor alemán en una de sus épocas más felices y creativas, está justamente enfrente del Museo de Transportes. Y a Wagner suena un fragmento de la Sinfonía Fausto, de Liszt, con el que finaliza el espectáculo. Y Wagner se llama uno de los personajes de la trama en seis escenas y un epílogo sobre Fausto/Fausta que ha escrito Marc Rosich para mantener un carácter de ópera convencional.
Vayamos por partes. Se combina música de nueva creación del Howard Arman —que además dirige la Orquesta Sinfónica de Lucerna también hay una mano robotizada para los sofisticados instrumentos electroacústicos creados por Roland Olbeter— con hits líricos de Haendel, Purcell, Monteverdi, Vivaldi, Broschi, Offenbach, Dvorak, Delibes o Saint Saens. En el fragmento de Semele, pongamos por caso, la soprano da vueltas de 360 grados en una estructura metálica mientras despliega su endemoniada coloratura vocal. En Rusalka, la cantante está en un cubo lleno de agua. Las tres protagonistas vocales —la alemana Marie Luise Dressen, la brasileña Carla Mafioletti y la ucraniana Stella Motina— estuvieron verdaderamente heroicas, tanto desde el punto de vista lírico como teatral. El espectáculo tiene altibajos, pero goza de momentos rebosantes de imaginación y originalidad.
Los bailarines del grupo de danza del teatro de Lucerna realizan una gran labor descriptiva y evocadora, catapultados por el excelente vestuario que Chu Uroz ha diseñado para la ocasión, y se mueven entre el público para invitar a la degustación de frambuesas, anillos de manzana, flor de sal y otras sugerencias que han preparado los cocineros. De hecho, el espectador tiene en su localidad —butacas de avión con cinturón de seguridad incluido— un sobre en el que está escrito el menú, asociado a lo que se está contando en escena, y en cuyo interior hay una hierbas para el momento en el que Fausto comienza su nueva y delirante vida dedicada al placer. El público de Lucerna reaccionó con entusiasmo ante una propuesta estética tan absolutamente fuera de lo común.
Juan Ángel Vela del Campo
El País