Se es músico por fatalidad, no por decisión. Una fatalidad que, explica el compositor Mario Lavista, no posee una carga negativa en su significado: «es fatal, porque es inevitable». Uno es músico, porque no se puede ser otra cosa.
Mario Lavista no pudo ser, por ejemplo, ingeniero. Ese era el deseo de su familia y por eso ingresó al Instituto Politécnico Nacional. «Me hice reprobar en todas las materias durante el año escolar, para que no me aceptaran nunca más», dice Lavista en una entrevista con ABC. Uno es lo que es y, como él era músico, acudió al Conservatorio Nacional de Música para ingresar como alumno. Tenía 20 años.
Ha pasado medio siglo desde entonces y este sábado el músico nacido en la Ciudad de México recibirá el premio Tomás Luis de Victoria, que entrega la Fundación SGAE a los compositores vivos por su labor y trayectoria.
Además de la composición, Mario Lavista ha hecho de la enseñanza y de la difusión de la música los ejes de su vida: autor de la ópera en un acto «Aura» (1988) basada en la obra de Carlos Fuentes, profesor de composición en el Conservatorio Nacional de Música en la Ciudad de México y director desde hace treinta años de la revista «Pauta».
— Durante su trayectoria ha establecido vínculos entre la música, las artes plásticas, la danza y la literatura...
—Siempre me ha interesado el trabajo interdisciplinario, principalmente en la literatura. La narrativa, como fuente de inspiración, me parece fundamental. El sábado tocaremos «Reflejos de la noche», un cuarteto de cuerdas inspirado en una estrofa de un poema de Xavier Villaurrutia («Suite del insomnio») que dice: «La noche juega con los ruidos, copiándolos en su espejo de sonidos». Otras veces, la influencia es más directa. En «Aura» por ejemplo, me interesaba recrear con sonidos una atmósfera cerrada, donde no pudiera entrar la luz, que fuera opresora, como la que refleja la novela de Fuentes. Quería narrar, pero no como en una novela, donde las cosas se cuentan de izquierda a derecha, sino hacerlo de manera circular, formando tiempos en espiral.
— ¿Qué llegó primero a su vida la música, o la literatura?
—La música. Siempre. A los 9 años mis padres me pusieron a estudiar piano con una maestra particular. Todavía recuerdo a la perfección esa primera clase, porque ahí me di cuenta que entendía el lenguaje de la música, que sabía distinguir cada sonido.
— Y, sin embargo, la música no fue su primera opción en el momento de elegir a qué dedicar el resto de su vida.
—En mi casa me habían pedido estudiar ingeniería. Y así lo hice: ingresé al Poli (Instituto Politécnico Nacional), pero me hice reprobar en todas las materias durante el año escolar, para que no me aceptaran nunca más.
— ¿Entonces conoció a Carlos Chávez?
—A Chávez lo conocí después. Primero traté de ser aceptado en el Conservatorio Nacional de Música como pianista. Pero el director, Joaquín Amparán, cogió mis manos, las inspeccionó, y dijo: «demasiado pequeñas: usted no sirve», vamos: ni siquiera me permitió tocar algo. Uno de los días más tristes de mi vida, me sentí fracasado.
— ¿Y cómo es que posteriormente logró entrar?
—Porque tuve la fortuna de conocer a Rosa Covarrubias, la viuda de Miguel Covarrubias y ella me llevó a casa de Chávez. Me pidió que tocara algo, así lo hice y posteriormente ingresé a su taller en el Conservatorio. No entré por la puerta principal a la institución, pero entré. No me iba a rendir, se es músico por fatalidad, pero con esto no me refiero a algo negativo: es fatal, porque es inevitable, uno es lo que es.
— Comenzó a dar clases en la Casa del Lago (Centro cultural de la UNAM ubicado dentro del bosque de Chapultepec), en una época donde ahí se impulsó las obras de Octavio Paz, José de la Colina, Juan José Arreola...
—Fue una buena época. Ahí tuve mi primer encargo: unas melodías basadas en poemas de Octavio Paz que me encargó Juan Vicente Melo cuando fue director. Ahí también conocí a Salvador Elizondo, de quien fui muy amigo y, posteriormente, pariente: él se casó con mi prima (Paulina Lavista, fotógrafa) y yo, con su sobrina (Sandra Pani, pintora). Una generación muy talentosa...algunos de sus integrantes, muy alcohólicos.
— La bohemia...
—Sí, pero la bohemia no es un tipo de vida donde todos los artistas quepan. En los músicos el alcoholismo no es lo habitual. ¿Cómo le haces para componer? ¿Para sentarte al piano?
— También dependerá del género musical...
—Por supuesto. En la musica clásica no está presente el alcoholismo; pero en el jazz, ¡cómo no! ¡Y todo tipo de sustancias! Pero se vale, porque son géneros interpretativos, no de composición. Uno escucha a Billie Holliday, que era alcohólica y heroinómana y es una maravilla. Y lo es, no por sus vicios; sino a pesar de ellos.