1/8/2013 |
Dos días después de 'La valquiria', el ciclo wagneriano de 'El Anillo del Nibelungo' con Daniel Barenboim y la Staatskapelle Berlin en el festival Proms de Londres proseguía con otro plato fuerte igualmente suculento.
Lance Ryan (Siegfried) y Nina Stemme (Brünnhilde) en 'Siegfried' de Richard Wagner, en los Proms de Londres. BBC / CHRIS CHRISTODOULOU.
Lance Ryan (Siegfried) y Peter Bronde (Mime), en 'Siegfried' de Richard Wagner, en los Proms de Londres. CHRIS CHRISTODOULOU.
'Siegfried' es la ópera en la que aparece el hombre nuevo, un héroe, una figura sin complejos ni ataduras con el pasado, que debe recuperar el anillo en manos ahora del gigante Fafner y devolver el orden al mundo. (En la historia real hay quien se creyó Siegfried pero quiso ignorar su final y así acabó).
Siegfried es una ópera pero parecen dos. Los dos primeros actos pueden leerse casi como un cuento de aventuras con pinceladas cómicas. Mime, el hermano del enano Alberich, ha criado a Siegfried, huérfano nada más nacer tras la muerte de su madre Sieglinde.
El retoño crece sin saber qué es el miedo y su mentor se ocupa de él porque cree que a través del muchacho conseguirá el anillo y el yelmo en poder del gigante que tiene forma de dragón. Mime también intenta sin conseguirlo forjar la espada Nothung que empuñaba Siegmund en el momento de su muerte y que la intervención de Wotan había hecho añicos.
La aparición de un personaje misterioso, El Viajero, añade intriga al primer acto. El personaje no es otro que Wotan, disfrazado de mortal que viene a este mundo desde su Walhalla para ver cómo procede su proyecto de creación del hombre nuevo que debe recuperar el anillo.
En el segundo acto aumenta la sensación de misterio y aventura cuando Siegfried y Mime van al bosque para acercarse a la cueva donde duerme el dragón, solo que el bosque está muy concurrido. Por allí también merodean El Viajero y Alberich.
Como era de prever, Siegfried mata al dragón, consigue el anillo y el yelmo mágico y está más feliz que unas pascuas hasta que un pajarito le avisa de que Mime tiene la intención de matarle con una sopa envenenada. El joven sin miedo se adelanta a su pérfido cuidador y lo liquida. Pero el pajarito tiene otro mensaje para Siegfried. Le habla de una muchacha que está durmiendo en una roca rodeada de fuego (naturalmente, Brünnhilde) y le dirige hacia allí.
Para su ciclo del 'Anillo' Wagner organizó una grandísima orquesta, pero a medida que progresa la tetralogía los instrumentos van dejando de tocar todos juntos para dar paso a solistas o a grupos de instrumentos.
Desde los acordes de timbales seguidos por unas notas del fagot con que inicia 'Siegfried', la ópera da espacio a numerosas intervenciones solistas, principalmente de los metales y la madera para reproducir el mal despertar del dragón, los murmullos del bosque, el cuerno de caza del protagonista o el canto del pajarito. Ahí Barenboim y su orquesta berlinesa dieron una lección de excelencia y de elegancia envidiables.
Especial mención merece la tuba tocada por Thomas Keller que supo sacar del enorme y a veces ingrato instrumento unos matices increíbles. De todos los músicos, su intervención fue una de las más aplaudidas a lo largo de todo el ciclo y en este caso en que tiene mucho juego, más todavía.
El tercer acto es otra cosa completamente distinta. Ya no hay aventura juvenil. Siegfried descubre el amor y, a través de él, el miedo, al despertar con un beso a la bella durmiente que resulta ser su tía (el parentesco es lo de menos).
Este acto es un largo canto al amor como pocos. Puro romanticismo en su versión más arrobadora. Tanta diferencia con los anteriores tiene una explicación y son los 12 años que Wagner dejó pasar antes de ponerse a escribir la última parte de su 'Siegfried', un largo periodo en el que tuvo tiempo de enamorarse perdidamente de la mecenas y poeta Mathilde Wesendonck, a quien dedicó cinco canciones estupendas, y de escribir la ópera romántica por excelencia, 'Tristán e Isolda'.
El papel de los instrumentos de cuerda que acompañan la llegada de Siegfried a la roca ardiente fue también de nota altísima. Fue un sonido sensual, brillante y compacto. Sin embargo y pese al embelesamiento de todo el acto, es de una gran crueldad interpretativa.
Mientras Brünnhilde se despierta fresca como una rosa, con la voz incólume, saluda al sol y a la luz y descubre al mozo que la ha sacado del sueño en el que la sumergió su padre, Siegfried ya lleva algunas horas cantando, amén de haber eliminado a varias fuerzas del mal. En esta entrega de la tetralogía en los Proms, Brünnhilde seguía siendo Nina Stemme que despertó con una gran elegancia vocal y una sensualidad contenida pero embelesada.
Siegfried era Lance Ryan, un tenor que interpreta ahora el papel en el nuevo 'Anillo' de Bayreuth y a quien habíamos visto en Valencia en la producción de la Fura dels Baus. El cansancio vocal y la acústica del inmenso Royal Albert Hall que sin ser mala plantea algunos problemas, le pasaron una factura aunque no fue excesivamente elevada.
Peter Bronder repetía en el papel de Mime y voz y gesto dieron muy buen resultado. Eric Halfvarson era un dragón temible con su voz profunda que parecía salida de las entrañas de la tierra. El resto del reparto lo formaban Terje Stensvold (El Viajero), Johannes Martin Kränzle (Alberich), Rinnat Moriah (El pájaro del bosque) y Anna Larsson (Erda).
Esto se va acabando. Lamentablemente.
Rosa Massagué
El Periódico de Catalunya