Escolanía de Cuenca. / SANTIAGO TORRALBA
Con la que cae, lograr que una actividad cultural salga a flote resulta una audacia. Pero en el caso de la Semana de Música Religiosa de Cuenca cabe mejor el término milagro. Más después de los azoramientos recientes, en los que, por falta de fondos y respuestas a serios problemas económicos, el festival que cumple este año su 52º edición estuvo a punto de pasar a la UVI.
Pilar Tomás, actual responsable, continúaa, con los recursos más mermados, esa línea. Aunque con menos espectacularidad, lo hace dignamente. En el programa de este año destacan por su tirón los nombres de Philippe Herreweghe y su Collegium Vocale de Gent, que harán una Pasión según San Mateo el jueves santo, el Mozarteum de Salzburgo, que junto al Orfeón Donostiarra cerrarán el domingo con una Novena de Beethoven.
Pero en medio queda la chicha de los recitales o las sesiones de cámara a cargo de pianistas como Nicolas Stavy y Javier Perianes que el lunes actuó junto a Adolfo Gutiérrez al chelo, formaciones como la Grande Chapelle, el Ensamble La Fenice o el Cuarteto Bretón, clavecinistas de la talla de Herman Stinders…
No sólo la música aúna los tiempos más remotos con el presente, entre Carlo Gesualdo –eminente renacentista- al vigor de Sofia Gubaidulina con sus 81 años, el diálogo y el encuentro en Cuenca entre el arte y sus diferentes épocas es permanente. No sólo en los sonidos, también en los espacios. De las Iglesias románicas a los museos de arte contemporáneo, los escenarios dan personalidad y magia a una semana que justamente y con sus dificultades resiste los jirones amenazantes de un tiempo negro.