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Alisa Weilerstein: 'Barenboim es un genio de nuestro tiempo'

17/1/2013 |

 

El primer movimiento del 'Concierto para chelo' de Edward Elgar es la crónica de una pérdida. La de la humanidad europea, que se desangraba en el campo de batalla mientras el compositor concebía su obra en 1919. También la del amor de una vida, el que se le escapó al director Daniel Barenboim cuando una enfermedad acabó con Jacqueline Mary du Pré, su esposa, y la violonchelista que hizo famosa la composición de Elgar en los años sesenta. Un acto de justicia poética para la obra del inglés, cuya grandeza había quedado diluida por culpa de un mal estreno cuarenta años atrás.

La pérdida, que también alcanzó a du Pré, fue acaso la peor para una artista de su altura: una esclerosis múltiple la apartó de los grandes escenarios sin haber cumplido los 30 años. Los mismos que ahora tiene Alisa Weilerstein (1982, Nueva York), una poderosa violonchelista que estrenó ayer en España su debut discográfico junto a Barenboim: un trabajo grabado en directo junto a la Orquesta Estatal de Berlín.

El compacto reúne, además de la partitura de Elgar, el concierto que Elliott Carter compuso por encargo para el maestro violonchelista Yo-Yo Ma hace una década. Una tragedia y una comedia, dos piezas "en completa oposición" que funcionan muy bien juntas, explica: "Elgar está cerrando una puerta a un tiempo que no va a volver. La emoción primera es la nostalgia, mientras que en Carter es el humor, el sarcasmo. Es optimista todo el tiempo". Difícil imaginarlo tras escuchar las disonancias de la partitura. "Requiere más paciencia, sí (risas)".

"Para escuchar música nueva, creo que es mejor ponerla junto a música muy familiar (Elgar es el autor del himno británico 'Pompa y circunstancia'). Es más interesante y es más fácil de entender", señala. Una pieza del romántico Max Bruch, 'Kol Nidrei', completa la factura del disco.

La chelista ofrecerá siete actuaciones en nuestro país durante las próximas semanas. Lo hará junto a la Orquesta Sinfónica de Galicia (17 de enero en Santiago de Compostela; 18 y 19 en La Coruña) y la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (23, 25, 26 y 27 de enero).

Mano a mano con el maestro

Weilerstein se enfrentaba al reto de tocar la misma pieza que du Pré popularizó. Con su misma edad y bajo la misma batuta, la de Barenboim. La chelista hace caso omiso a las comparaciones y confiesa su pasión por Jacqueline: "Escuché por primera vez el concierto de Elgar con siete años. Con diez lo escuchaba todos los días, estaba obsesionada con ella. Comencé a tocarlo a los 12, y pensé: ‘Tengo que dejar de mirarla. Amo su interpretación, pero no quiero copiarla’".

Su relación con Barenboim, con quien había trabajado anteriormente, la ayudó a encontrar su propio registro: "Fue muy intenso ‘atrapar’ y tocar el concierto. Para mí es un genio de nuestro tiempo. Trabaja mucho los detalles. Con él, mis ojos se abren de otra manera". Una devoción similar profesa por el Rostropovich, uno de los grandes chelistas contemporáneos. El ruso falleció en 2007. "Ha sido un ejemplo para nuestra generación", apunta Weilerstein.

La crítica estadounidense coincide en que la neoyorquina combina un excelente dominio de la técnica con una gran energía en el escenario. The New York Times publicó sobre ella: "No contenta con servir de vehículo a los deseos del compositor, habita una obra por completo y la revierte a sus propios fines". Weilerstein explica que busca un equilibrio entre "la verdad del compositor" -aquello que quiso transmitir- y lo que ella misma descubre explorando la partitura. Cada aproximación es diferente; no existen las versiones definitivas: "No creo en eso. La música está viva; todo el tiempo cambiando".

En una antigua entrevista junto a su hermano violinista, otro genio, reveló que es capaz de recordar las obras después de tocarlas "un par de veces". No aprende la partitura, son sus dedos (que desliza sobre un mástil imaginario mientras habla) los que retienen los movimientos. "Cómo se dice... ¿Ósmosis? Cuando tenía cuatro años memoricé todo. Ahora es automático para mí". No piensa, se abandona a las curvas de su instrumento, un violonchelo de 1790 construido por William Forster.

E. Vasconcellos | Z. Rodríguez
El Mundo

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