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Jaume Aragall: "Ahora va todo muy rápido y eso para las voces es un peligro"

7/11/2012 |

 

 

El tenor recibe la Medalla de Oro del Cercle del Liceu y participa este domingo en el concierto solidario "Veus per a l'Esperança", en L'Auditori

Jaume Aragall:

El tenor catalán Jaume Aragall, fotografiado en Barcelona Xavier Gómez

Socio del Cercle del Liceu desde hace más de 25 años, Jaume Aragall utiliza a veces el espacio para dar alguna 'masterclass' o se sienta en la sala que da a las Ramblas. “Es como ver una película”, asegura. Agradecido por la Medalla de Oro de la que le hacen merecedor, Aragall se encuentra en un momento activo. En dos semanas sale a la venta su último disco (DiscMedi). Y si en el anterior se lanzó a interpretar Volare o Il mondo, con arreglos de categoría, esta vez se entrega a las canciones en catalán. De los 15 títulos que lo conforman, 13 son catalanes y los otros traducciones del inglés. "Una de esas dos canciones es What a wonderful world y la otra ya lo verán", dice. El disco se llama, eso sí, Un món meravellós, "porque a pesar de la crisis y las desgracias actuales, creo que sigue siéndolo".

Jaume Aragall tiene la virtud de hablar de las emociones como de algo que pertenece al marco de lo cotidiano, una realidad terrenal de la que los títulos operísticos se hacen eco, pero sin necesidad de grandes aspavientos. A sus 73 años, el tenor barcelonés, poseedor de una de las voces más hermosas de cuantas se haya podido escuchar en los coliseos líricos, está básicamente dedicado a la enseñanza vocal, actividad que compagina con recitales por salas europeas, grabaciones –está a punto de sacar un disco de canciones catalanas– y algún que otro concierto benéfico, como el del hospital Clínic para la investigación contra el cáncer que se celebra el próximo domingo en L’Auditori, y en el que en un principio estaba previsto que reapareciera la soprano Montserrat Caballé tras el ictus que sufrió hace dos semanas. “Ojalá se ponga bien, la queremos mucho”, dice Aragall.

Desde su debut en La Fenice con la Gerusalemme de Verdi, aquel 1963 en que aterrizó en Milán y ganó en un plis-plas el concurso de voces verdianas de Busseto, la suya se destapó como una trayectoria torrencial que más tarde comenzó a volverse intermitente. Ha cantado en los principales teatros y recibido renombrados galardones. El último, la medalla de oro que el Círculo del Liceu le otorgará esta noche en el transcurso de una cena. La Vanguardia se cita con él aprovechando su estancia en Barcelona para dar unas "masterclass".

¿Compagina bien las clases con sus recitales?
Estoy más entregado a las "masterclass", ya no quiero la presión de tener que estar bien para salir al escenario, viajar aquí y allá. Lo que hago con mis alumnos me gusta, tengo mucha experiencia que transmitir y me obliga a estar en forma porque he de poner ejemplos, cantar lo que estudian.

¿Les envidia algo, a los cantantes de la actual generación?
La verdad es que no. Todo va más rápido ahora, se hacen pronto famosos con el apoyo de las casas discográficas y los medios de comunicación, pero la rapidez es un peligro para los cantantes.

Usted se fue a Milán en pleno invierno de 1963 sin saber siquiera dónde se hospedaría, algo que en la generación de internet es impensable. ¿Cómo recuerda esa experiencia de soledad e incertidumbre?
Fue duro. Tras 24 horas de tren llegué a Milán a las doce de la noche, con todo nevado, sin saber dónde pasar la noche. Tuve sensación de derrota, de angustia y miedo. No llevaba la ropa adecuada para un invierno tan frío. Pero tuve la suerte de que un matrimonio que hablaba algo de español y viajaba en el tren me llevó hasta el capellán de la parroquia. Allí me cedieron un cuarto y una manta, y me tiré diez días hasta que la nieve permitió caminar. Luego contacté con una pensión y me acerqué a buscar al que tenía que ser mi maestro, a ver si me quería tomar de alumno.

Era irse a la aventura.
Tras las guardias que hice en el castillo de Montjuïc en la mili me sentía capaz de cualquier cosa.

Aquella incertidumbre que pasó en Milán, ¿le conecta con otros miedos que ojalá no hubieran existido nunca?
Con miedos de mi trabajo, a las enfermedades, a no hallar lo que buscas. Cuando pienso en el miedo, pienso en el momento de salir a escena sin estar en plena forma. Pero el miedo es un sentimiento que nace y muere en nosotros mismos.

¿Y su debut en la Scala?
Fue difícil. Tras ganar el concurso de voces verdianas, el maestro Francesco Siciliani, el director artístico de La Scala, me propuso audicionar... Me imaginé, no sé, que me escucharían en alguna sala del edificio, pero no, me llevaron al escenario, con todas las luces abiertas... qué susto. Pero luego ves que estás bien de voz y todo funciona y te lanzas. Y en julio de ese mismo año me preguntan si quiero cantar en la Fenice, con Jean Vilar de la Comédie Française como director de escena. Imagínese. Y tras la primera representación ya me piden si quiero cantar en la Scala con Mirella Freni, Franco Corelli... y como "cover" de Gianni Raimondi, Yo, un niño, ¡con toda aquella gente!

¿Alguna vez ha sufrido el mal de Stendhal cantando?
Me he encontrado en un par o tres de personajes llorando en el escenario, uno de ellos Werther; el otro, en La bohème, cuando muere Mimi.

Su brillante carrera ha sido también irregular. En un momento tuvo que cancelar Il trovare con Karajan.
Eso se vive mal, sí. Cogí una gripe y a mí un constipado me cuesta una depresión de cierto tiempo, porque me lo rompe todo.

¿Cuán incomprendido se ha sentido en sus episodios de depresión?
La familia siempre me ha entendido, pero luego me he encontrado con aquello de “no te preocupes hombre; tienes familia, estás bien, estás cantando, lo tienes todo, ¿por qué estás deprimido?”. Pues no lo sé pero lo estoy. Probar para creer. Pero han sido solo periodos.

Que empiezan cuando ya tiene una edad.
La primera vez que tuve esta sensación tenía 30 años, el año que murió mi madre, en 1969... He sido una persona muy valiente, con un coraje increíble que mucha gente desconoce. He salido a escena en épocas en que tomaba antidepresivos, que te secan mucho la voz (ahora estos medicamentos han mejorado mucho) y he tirado adelante.

¿Qué opina de la crisis y el Liceu? Según Jonas Kaufmann, es momento de dejarse de estrellas.
Estoy de acuerdo. Hay mucha gente que no es una estrella y lo hace muy bien. Kaufmann es un personaje lúcido, con medios estupendos y un amplio repertorio. En Wagner es el mejor, del mismo modo que lo era hasta ahora Plácido Domingo. Hemos coincidido en algunas ocasiones y es una persona como tiene que ser. No es ningún estúpido. Por lo general, la gente que canta bien no es estúpida.

¿Le supo mal alguna vez no haber sido el cuarto tenor?
Un poco. Era algo divertido y que daba dinero, me habría gustado. Un crítico de aquella época que me escuchó en la Staatsoper de Viena tituló: "¿El cuarto o el primero?".

¿Y no hubo oportunidad de sumarse?
Yo en un momento dado dije que eran los Tres Mosqueteros pero que les faltaba Dartañán.

¿Qué relación tiene con Plácido Domingo?
Excelente, somos amigos desde siempre. Con Josep Carreras, con Alfredo Krauss, con Paravotti… nos hemos ido encontrando durante 30, 35, 40 años, compartiendo cartelones, cantando unos en una función y los otros en otras las mismas óperas en los mismos teatros.

Carreras tuvo a su mismo maestro unos años después de usted…
Sí, al cabo de año y medio de haber partido a Italia, en una de mis estancias en Barcelona, el que había sido mi maestro, Jaume Francisco Puig, que de hecho fue el que me lo enseñó todo, porque llegué a Milán con todo aprendido, me propuso que escuchara a un joven de 20 años "que canta muy bien y su voz se parece a la tuya", me dijo. Yo pensé, sí hombre. Pero al escucharle me quedé con la boca abierta, porque siendo tan joven, él también tenía muchas cosas resueltas que esta edad nadie tiene. Me impresionó mucho. Le dije: "Tienes un billete de lotería premiado, lo cobrarás este año o el que viene, pero ya es tuyo". Y así fue.

A usted se le conocía por Giacomo Aragall. ¿Siendo italiano o francés hubiera tenido aún más repercusión internacional como tenor?
El hecho de ser español era casi una ventaja, porque te tenían por simpático, de sangre caliente. Es cierto que al principio, en la Scala tuve un pequeño problema con el sindicato. Es un teatro de arribo, no de lanzamiento de una voz, de modo que me encontré de repente ensayando con Renata Scotto y Luciano Pavarotti en "I capuleti ei montecchi", en el papel de Romeo, que hasta aquel momento siempre lo había cantado una mujer. Claudio Abbado hizo los arreglos para tenor sin salirse de la línea de Bellini. Pues bien, durante un ensayo tuve problemas, porque los trabajadores llegaron y le expusieron al maestro que yo era muy joven y extranjero, cuando había gente muy válida que no estaba trabajando. Entonces Abbado dijo: "De acuerdo, pues traedme a uno que esté a su altura". Durante una época, aunque corta, hubo restricciones del tipo de que no podía cantar más de un extranjero en un montaje italiano, lo cual era una barbaridad porque los italianos cantavan por todas partes.

Usted nació en el barrio del Born, en Barcelona. Y fue su padre quien le animó a estudiar canto.
Sí, mi padre tenía una voz sensacional, le gustaba cantar. Llegaban las navidades y aquello era un recital. Cantaban sobre todo canciones populares, Siboney, Amb la clenxa ben partida, Rosó… Mi padre conocía al maestro Puig y un día me llevó a su casa y le dijo que le parecía que el crío tenía buena voz. Pero lo que llevó entonces a mucha gente a tomar clases de canto fue la película de Mario Lanza, que abrió una ventana a todo el mundo que le gustaba la ópera.

Usted ha trabajado a las órdenes de Roman Polanski, de Eduardo de Filippo… ¿cómo era trabajar con ellos?
Sí, con Polanski hice un Rigoletto en Roma. Era una forma de trabajar muy sencilla. Las cosas eran muy naturales. Guardo muy buen recuerdo por ejemplo de Jean Pierre Ponnelle, de Otto Schenk… gente que sabían lo que era el canto. Y otro fantástico era Giancarlo del Monaco, un hombre de carácter estraño, con genio en el escenario, como su padre. Pero yo nunca tuve ninguna relación adversa con ningún director de escena ni musical. He sido muy amigo de Carlos Kleiber, un hombre difícil que no sabías por dónde iba a salir, que se enfadaba mucho en los ensayos, y tú te ibas al hotel con un mal sabor de boca, para luego al día siguiente, entando en la cantina, venía por detrás y te agasajaba, Jaime, cómo estás, como si no hubiera pasado nada. Era un genio, creo que todos los directores de orquesta de hoy empiezan donde él acaba.

¿Con quién le han quedado ganas de subirse al escenario?
Con la Callas o la Tebaldi. A la Callas la conocí en el Metropolitan pero no tuve ocasión de cantar con ella.

Usted debutaba en el Metropolitan al mismo tiempo que Pavarotti.
Exacto, en el 68. Yo con Rigoletto y él con La bohème. Y Alfredo ya estaba cantando allí.

Maricel Chavarría
La Vanguardia

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