El pianista y director de orquesta Maurizio Pollini en una imagen de 2007./ MIGUEL A. FERNÁNDEZ
En una de esas maravillosas sorpresas que la vida te da, resulta que el genio interpretativo de Maurizio Pollini, a sus 70 años, se ha aupado en las listas de venta como un cañón. Ha sido en Italia y gracias a su nueva grabación de los Preludios de Chopin. Con sus rarezas aparte, su contadísima exposición al público –apenas hace 40 conciertos al año-, su timidez escondida hasta hace poco tras una sucesión interminable de cigarrillos sin filtro, quien para muchos es el más grande pianista vivo se ha puesto por encima de estrellas del pop como Adele o Mark Knopfler en su país.
Pollini, un referente chopiniano de primera para cualquier aficionado, asegura que él no se considera un especialista en el artista polaco. Pero su biografía lo desmiente. Con 18 años ganó el concurso internacional que lleva el nombre del compositor en 1960 y hasta hoy ha grabado prácticamente lo más destacado de su obra. Sí, en cambio, reconoce que es uno de los músicos a quien ha dedicado más tiempo y pasión en su vida.
Sus aproximaciones han cambiado a lo largo de su carrera. Chopin crece en él con toda la complejidad que requiere y a la vez con una profundidad de matices, de amplitud sonora, de rigor, de exquisita variedad, que deslumbra. Al público le gusta la diferencia. Y el Chopin de Pollini, la marca en toda su extensión. Por lo que él mismo tiene presente. “Que más allá de su romanticismo y la brillante capacidad de seducción que salta en su música a primera vista, se esconde mucho más. Para alcanzarlo hay que aprender a amarlo profundamente”. Y él lo ama.
Como nosotros llegamos a adorar el alma trágica, compleja, melancólica y arriesgadísima en su perpetua búsqueda de nuevas formas musicales que intérpretes como Pollini nos brindan. El tiempo fragmentado en que vivimos ayuda a comprender los Preludios en toda la extensión de su modernidad. Son prodigiosos artefactos en los que salta por los poros la vanguardia, el riesgo, pero también la tremenda oscuridad del sentimiento más hondo, la piedad y la caricia, la sacudida y la audacia. Obras maestras que ahora y siempre necesitaremos acunándonos los oídos.