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Motín en los teatros

10/10/2012 |

 

 

Fotoreal

Unos operarios trabajan en el interior del Teatro Real. / Luis Sevillano

 

En esta era de los recortes, la miopía y los cambios de paradigma que nos conducen directamente al infierno, los teatros de ópera, los museos, las grandes instituciones culturales no se salvan de la quema. Más cuando los Gobiernos, como es el caso del de Rajoy, los consideran floreros de lujo, caprichos a los que la ciudadanía puede acceder sólo en épocas de vacas gordas y no de anorexia generalizada en la fauna, cualquiera ésta que sea.

Pero caben dos posibilidades: tragar o ponerse enfrente. Algunos responsables de ciertas instituciones están pensándoselo. No quieren quedarse de brazos cruzados o decir amén ante los anuncios de asfixia. En casos como el Teatro Real, los sucesivos tajos han reducido las aportaciones del Estado a un 70% desde 2009. Es en este ejercicio donde todos han recibido la estocada. ¿Final?

Si así es, algunos están dispuestos a que esa muerte se les atragante a los responsables políticos. Desde los despachos se empiezan a mover protestas y manifiestos. Ojalá la movilización se contagie desde arriba. Gerard Mortier ha empezado a liderar un motín con sus declaraciones públicas que probablemente acabe en algo más concreto donde tienen cabida los principales gestores de la cultura en España. La urgencia es hacer algo de pedagogía con respecto a la clase política dada su alucinante falta de sensibilidad ante los hechos creativos. Convencerles de que la cultura es parte esencial de una sociedad en la formación de una mejor ciudadanía se impone como prioridad.

Fue Riccardo Muti quien paró antes de atacar un bis en el Va pensiero del Nabucco verdiano en la ópera de Roma para sensibilizar el panorama. Lanzó un discurso ante un desconcertado Berlusconi en el que reivindicaba la necesidad de cultura en el ADN de los pueblos y no como algo que se contempla desde el poder como un simple regalo.

“Las posiciones que niegan esto son demagógicas”,ha dicho Mortier estos días. Y si Verdi nos sirve de ejemplo y mueve ciertas teclas como “la sensación de pertenencia”, tal como dice Alex Ross en su libro Escucha esto, no está mal que se eche mano del compositor italiano –ahora que se aproxima el segundo aniversario de su nacimiento- para blandirlo como bandera.

La insumisión que desde arriba empieza a promover Mortier podría contagiarse ya al Liceo –esa es su intención- y desde ambos escenarios, como bastiones simbólicos de una protesta necesaria ante la artrosis del panorama cultural, comenzar a promover una honda reflexión que no permita acabar con lo que desde siglos se ha ganado a pulso. No a costa de discursos nada convincentes, de argumentos opacos e incontestables. Todo es debatible y rebatible. Pero se necesita coraje primero para plantearlo desde la comodidad de los despachos en los que se quiere conservar el puesto sin mojarse y después para discutirlo desde enfrente con las puertas y los oídos abiertos.

Jesús Ruiz Mantilla
El Concertino

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