Rodion Shchedrin-Maya Plitsetskaya: "Muchos coreógrafos tienen un horrible gusto musical"
7/2/2004 |
La BBC Philharmonic de Manchester, dirigida por Gianandrea Noseda, inicia el 11 de febrero una gira por varias ciudades españolas. En ella interpretará los Dos Tangos de Albéniz en la relectura orquestal de Rodion Shchedrin, uno de los grandes compositores rusos del momento. Nacionalizado español desde 1991 y casado con la mítica bailarina Maya Plitsetskaya, Shchedrin ha concedido una amplia entrevista a EL CULTURAL, con intervención de su célebre esposa, en la que repasa con aplitud su intensa vida.
Aunque el apellido, casi impronunciable, de Rodion Shchedrin (Moscú, 1932) no es muy popular, estamos sin embargo ante un peso pesado de la cultura rusa. Vinculado estéticamente con Shostakovich –a quien su padre atendió como secretario personal–, casado con la gran diva del Bolshoi, Maya Plitsetkaya, motivo para componer varios ballets, su obra se ha visto reproducida por todos los grandes, desde Rostropovich –que interpretó recientemente sus Dos Tangos en el Real– hasta Pletnev o Vengerov que la han grabado con éxito. Shchedrin, que vive habitualmente en Múnich, tiene pasaporte español y visita con cierta frecuencia nuestro país. Por su sensibilidad con la cultura española orquestó Dos Tangos de Albéniz, ya convertida en una de sus obras más interpretadas de los últimos tiempos. En todo caso, mucho menos que su ballet Carmen Suite que, según datos oficiales, se toca todos los días en algún sitio del mundo y que recientemente interpretaba la Sinfónica de Tenerife.
–¿De dónde viene su interés por Isaac Albéniz?
–Desde siempre hubo un vínculo con la música española en mi casa. El hermano de mi madre era un músico amateur y en todas las celebraciones se acababa tocando música de Albéniz. La verdad es que no había ninguna relación; quizá es que nos resultaba muy próxima.
–Los Dos Tangos están teniendo una vida internacional muy activa.
–Se han hecho mucho desde que fueron estrenados en bloque por Rostropovich. En realidad no es sólo una orquestación, sino más bien una recreación. No quiero vestir sólo las piezas originales para piano, sino que, lo mismo que en la Carmen Suite, aspiro a que sean algo más que una simple transcripción. Por ejemplo, el peso de la percusión es mayor del que podría tener en tiempos de Albéniz, que no se usaba mucho entonces y ahora sí, y genera una tímbrica muy interesante.
–Su obra siempre se ha visto interpretada por los grandes.
–Tengo que agradecérselo a mis amigos, caso de Rostropovich, Sitkovetski o Maazel que han llevado a cabo estrenos importantes. Sobre todo Maazel que presentó mi Tercera Sinfonía y el Concierto para trompeta. Pero también Jansons, Mustonen, Pletnev, Vengerov y tantos otros.
–¿Hay alguna razón?
–Quizá porque entiendo y respeto el papel del intérprete. Vengo de terminar una obra dedicada, precisamente, a Mustonen, donde no hay indicaciones ni de tempo, ni de dinámica, imitando un tanto el estilo de Bach. Es un poco “experimental”. Me siento muy feliz de cómo se ha hecho mi música. A veces, incluso, esta gente me descubre cosas en mis partituras que yo mismo no había visto. Tuve una estrecha relación con Shostakovich, ya que mi padre fue su secretario. Él decía que cualquiera es capaz de leer una melodía y un acompañamiento pero que sólo los grandes intérpretes pueden ver lo que hay en medio.
–Su ballet Carmen Suite es, en todo caso, su creación más popular.
–La historia de la Carmen Suite es curiosa. Maya le pidió a Alberto Alonso, el coreógrafo cubano marido de Alicia, una obra. Cuando visitamos, libreto en mano, a Shostakovich en su dacha pidiéndole que hiciera la adaptación, éste dijo que no porque tenía miedo a Bizet. Maya se lo pidió también a Jachaturian que tampoco quiso. No me quedó más remedio que enfrascarme en el proyecto. En veinte días la acabé. La obra, para cuerdas y percusión, es técnicamente muy difícil, pero contábamos con la Orquesta del Bolshoi, que por aquel entonces era un conjunto increíble. El estreno, sin embargo, fue un escándalo. Se me dijo que, poco menos, había destruido la música de Bizet.
Interviene, en este momento, su esposa Maya Plitsetkaya: “Sin embargo, como ha demostrado el tiempo, la partitura es genial. Si Bizet la hubiera oído, seguro que le habría gustado. Los críticos sólo se acuerdan de las cosas malas”.
Vanguardia impuesta
–(R.S.) Yo estaba en aquel momento a favor de la vanguardia aunque creo ahora que todo lo que es impuesto, en uno u otro sentido, no es bueno. No fue fácil a pesar de que no tenía ninguna duda de la calidad de mi obra. Shostakovich, al valorarla, fue muy positivo, pero muy pocas personas supieron apreciar en ese momento el ballet, aunque luego haya pasado al repertorio.
–(M.P.) Es que era demasiado “sexy” para el comunismo.
–(R.S.) Por aquel entonces se vivían situaciones ridículas. En el ballet Anna Karenina, en un paso a dos, Maya debía ir al suelo con el otro bailarín. Era un momento que debía ser muy sensual y, por ello, el ministro no lo permitió. Ella le espetó: “eso es algo que también existe en la vida”. Pero daba igual.
–Usted fue uno de los motores de la Unión de Compositores Rusos que se enfrentó a la Soviética y permitió un poco de aire fresco.
–Shostakovich había impulsado la Unión de Compositores Rusos. Estaba la de la URSS y había en varias repúblicas, pero no en Rusia. Tenía ya problemas con el cáncer, pero era la única alternativa contra Jrennikov, que era el presidente de la Unión Soviética. Fue mucho más liberal y procuraba ayudar a todos. A su muerte, le sucedí yo y ahora he quedado como presidente honorario.
–¿Cómo soportaron tanto control policial?
–Al ser el esposo de Maya era lógico. Mi mujer siempre fue, para ellos, una revolucionaria. Durante seis años, tuvimos al KGB detrás, las 24 horas, como si fuéramos espías.
–(M.P.) Tenían miedo de que me escapara y emigrara, porque me consideraban la “diva del Bolshoi”, y pensaban que me podía instalar en Occidente. Para evitarlo, nunca nos dejaron salir juntos. Pero entonces, todo el mundo tenía problemas. Ese paraíso que nos vendieron ya se ha visto en qué quedó.
–¿En qué medida estar casado con una bailarina fue determinante a la hora de componer ballets?
–Al comprender lo que es la danza, concebir música de ballet me resulta muy fácil. Desde luego no es muy habitual que los compositores se interesen por escribir ballets. Ofrece muchas posibilidades por la plasticidad del cuerpo. Entiendo que algunos compositores se retraigan porque muchos coreógrafos tienen un gusto musical horrible.
–(M.P.) Aunque pueda resulta extraño, no siempre los coreógrafos tienen sensibilidad musical. Recuerdo el ejemplo del mismo Alberto Alonso. No la tenía. De un día para otro no se acordaba de lo que oía e hizo muchas versiones que no eran especialmente musicales. En Carmen Suite yo tenía que arreglar algunas cosas de la coreografía sobre la marcha para poderla cuadrar.
–(R. S.) Cada creación escénica, bien sea un ballet o una ópera, resulta mucho más complicada que una obra sinfónica, donde todo es más fácil. En ópera o ballet siempre hay que estar haciendo elecciones. A veces, se opta por el mal menor. Recuerdo cuando estrené Lolita, sobre la novela de Nabokov, en la Ópera de Estocolmo. La protagonista estaba demasiado gruesa y no daba el tipo porque tenía que cantar en traje de baño. Hubo que hacer un concurso especial. En esto, siempre hay que encontrar el compromiso. En el caso del ballet todo ha sido más fácil, porque Maya era la mejor y tiene un excelente oído.
–(M. P.) En el ballet pasan cosas muy graciosas. En ocasiones los directores de orquesta tratan a los bailarines como si fueran caballos. A veces me preguntaban: ¿qué tempo quiere? y yo le decía: el que está escrito. Si una obra es rápida, habrá que bailarla a esa velocidad porque ¿quiénes somos nosotros para alterar una composición de Chaikovski?
–A usted le tentaron para ser director del Bolshoi.
–¿Para qué? La situación que vive es muy compleja. El Bolshoi es un barco gigantesco y requiere una persona con capacidad de organización, como Gergiev en San Petersburgo. El gran problema ahora es que se ha pagado el no haber elegido a las personas adecuadas. La orquesta es como un caballo desbocado.
–Usted es conocido por su autodisciplina.
–Es que mi cabeza trabaja siempre, con rigor y, además, me gusta llegar a tiempo a los encargos. Tampoco soporto que haya errores en mis pentagramas. Para ello, nada mejor que la disciplina en el trabajo. Supongo que nací ruso y no puedo cambiar. Si fuera africano o de Fidji, a lo mejor pensaría de otra manera. Sin duda, algo genético pesa sobre mis hombros.
Componente humorístico
–En la mayoría de las referencias, se señala el peso que han tenido los chastushki en su obra, que es un terreno desconocido para nosotros.
–En su tiempo resultó algo muy moderno, por su componente humorístico, y yo lo veía como algo muy atractivo. No es que estuviéramos ante un elemento muy popular pero suponía una forma de apertura, porque incluían chistes políticos. ¿Sabe que los rusos eran muy aficionados durante el comunismo a los chistes? Los chastushki juegan con pequeños motivos asimétricos, rítmicamente muy ricos que incluyen tacos y palabras malsonantes. El ruso es muy rico en ellos. Ahí aparece la base del pueblo. La palabra chastushka, que quiere decir constante, viene a ser una especie de improvisación, estrechamente vinculada con la música folclórica.
–Su relación con la vanguardia fue, podríamos decir, ¿abrupta?
–Porque hace 30 ó 40 años la vanguardia se transformó en una dictadura: sólo se podía estar dentro o fuera. Participé en un jurado junto a Messiaen y éste me contaba que la vanguardia le había robado diez años de su vida. Aunque había gente que no la tenía en cuenta, para un joven compositor resultaba muy difícil estar al margen porque había que participar en una dinámica. Los críticos eran muy agresivos. Llegó un momento en que la vanguardia se convirtió en un fundamentalismo. En Rusia, además, tenía un componente político y, claro, todo lo que venía de Occidente era mejor por naturaleza. Había que copiar a Boulez o Stockhausen. Nosotros teníamos a Schnittke, un gran talento, pero había otra gente que, como no lo tenía, se limitaba a copiar por copiar.
–¿Cómo ve ahora el panorama creativo en Rusia?
–He dado muchas clases y veo que la vida de los jóvenes compositores ahora es mucho más difícil. En tiempos, el Estado lo cubría todo. Ahora hay que pagar por todo. Aunque en mi tiempo, había muchos problemas, se alcanzaba un nivel artístico excepcional gracias a las infraestructuras. En la actualidad, en Moscú, se cuentan veinte orquestas, con los músicos yendo de una a otra. A veces, empiezan los ensayos, y dicen: ¿dónde está el segundo clarinete? Algunas tienen nivel, pero 20 orquestas no deja de ser pura ficción.
–La vida musical en la época comunista es una incógnita, mal conocida y tratada en Occidente.
–Yo siempre digo que Shostakovich pudo escuchar todas sus sinfonías perfectamente estrenadas, mientras que Schubert no llegó a oír ninguna. Yo nunca pertenecí al Partido Comunista, pero los críticos occidentales sólo saben hablar en blanco y negro de Rusia, y la vida no es monocromática. El problema es que en Occidente hay muy pocos especialistas en música rusa y los que escriben se limitan a copiarse unos a otros.
–Se vinculó a España cuando a su esposa se le encargó la dirección del Ballet Nacional de España.
En ese momento, contesta Maya, con la energía que le caracteriza. “¡Aquellos tres años de trabajo fueron duros! Siempre hemos querido a España, y lo seguimos haciendo. Pero en la etapa en la que fui directora, tuve muchos problemas. En parte es lógico al trabajar en un país que no es el tuyo. El idioma era fundamental. Tenía traductores espantosos y, muchas veces, también malas personas que me engañaban y decían justo lo contrario de lo que yo pretendía. Se invitaba a profesores en mi nombre sin que yo me enterara. Algunos se aprovechaban para sacar provecho. Me sentí muy sola”. Y añade con desesperación. “Estaba rodeada de enemigos y no podía. Con la experiencia adquirida, hoy día no se me ocurriría. Además, los políticos no creen ni apuestan por la danza”.
–(R.S.) Todo el mundo se asombra de en un país como éste no haya una sola compañía clásica. Teniendo en cuenta el arte, la sensibilidad... ¡Si hasta los estados más pequeños la tienen! Y lo triste es que hay bailarines con talento, primeras figuras, que andan desperdigadas por todo el mundo. Se ve que el deporte va hacia arriba, pero ya podrían mirar un poco por el ballet.
Luis G. Iberni
El Cultural