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¡Ahora, a por las orquestas…!

12/7/2012 |

 

 

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Orquesta de Extremadura

Como bien clamaba Forges hace unos meses en una viñeta memorable sobre la crisis: “He visto cosas que vosotros ni creeríais, puestos de trabajo de por vida, he visto cestas de navidad de la empresa hasta con paletilla…”. Emular el espíritu de Blade Runner nunca está de más en esta época de carencias, cierres por derribo y múltiples miserias. Mucho menos en el ámbito de la música clásica, donde la crisis destroza paso a paso las endebles pero deslumbrantes estructuras creadas a lo largo de los últimos 30 años.

Dentro de nada, los viejos e incluso los jóvenes, que es lo que más rabia da, podrán decir: “Yo he visto cosas que vosotros jamás imaginaríais: orquestas en cada comunidad autónoma, en cada capital de provincia…”. Ya no, ya esto va camino de reajustarse, si nos tragamos el eufemismo; de ser aniquilados, si somos más fieles a la realidad y al verdadero significado de las palabras. El país que sorprendía a propios y extraños –sobre todo entre las grandes estrellas extranjeras- con un fulgurante desarrollo de la actividad musical, va camino de echar el cierre a unos cuantos proyectos.

La crisis empezó a ensombrecer con sus negras señales los ciclos. Se eliminaban algunos de un porrazo: como el Liceo de Cámara o el Lied –ahora recuperados en el ámbito del Centro de Difusión Musical, que dirige Antonio Moral-, después de haber sido aniquilados por la crisis de Bankia, que se encargaba de su financiación.

Pero ya le ha llegado el turno a las orquestas sinfónicas. Los casos más sangrantes son los de Extremadura y Murcia, que corren el riesgo de ser las primeras a extinguir. Si en la primera comunidad autónoma, su consejero de Economía, un tal Antonio Fernández, ya dio muestras de su exquisito gusto por la cultura declarando que era prescindible y que no resultaba algo que beneficiara a extremeños sino a gentes de Europa del Este, por no hablar de todo tipo de amenazas laborales, en Murcia se reducía el presupuesto un 47%, se aplicaba un ERE y se estrangulaba el futuro de la formación.

No son tiempos para espíritus sensibles ni oídos afinados más allá de la palabra déficit. La música es de tambores de guerra más que de adagios y tanto al intérprete como al aficionado le toca aguantarse. Los programas se adelgazan y se adaptan a orquestas de pocos miembros. Los festivales van reduciendo sus cachés y sus presupuestos, aunque en casos como la Quincena de San Sebastián, están contando con un fuerte apoyo del público en los abonos.

Es cierto que se han atravesado épocas de burbujas en muchos sentidos. La fiebre por el relumbrón con cheques a granel atraía batutas e intérpretes de fama y prestigio con cifras que hoy han pasado a la historia. Se resienten las agencias de contratación, muchos no querrán volver a no ser que se muestren más razonables en sus honorarios. Pero eso no es lo grave, lo grave es que aquellas aficiones en cada ciudad pequeña, cada pueblo, que ha costado tanto crear con el esfuerzo de un buen puñado de dignas orquestas a lo largo de tres décadas, corren el peligro de desaparecer. Va abriéndose un preocupante paréntesis que no se sabe a ciencia cierta cuando podrá cerrarse. En medio se amputará un proceso de sensibilización, crecimiento y gusto de un nuevo público que podría convertirse en irrecuperable.

Para los técnicos, los políticos mediocres y los cazurros, la cultura y la música podrá ser un florero prescindible que les aburre a matar. Cuando aflore la sensatez y el discurso que desde los cargos públicos merece el arte y la creatividad como parte esencial del ser humano, puede que sea demasiado tarde. En el camino habrá sucumbido un nada desdeñable puñado de decentes orquestas si nadie lo remedia. Ojalá nunca tengamos que lamentarnos en la nostalgia con aquello de: “Yo he visto cosas…”.

JESÚS RUIZ MANTILLA
EL Concertino

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