El director israelí Daniel Barenboim, dirige a una orquesta formada por los mejores músicos de varias orquestas europeas en el Concierto de la Paz, en Ciudad de Gaza (Palestina) Foto: France Press.
El intento más reciente de interpretar a Richard Wagner en Israel ha terminado siendo una farsa, un engaño y un descrédito para la música y para ese país. Un concierto organizado por la Sociedad Wagner en la Universidad de Tel Aviv, fue prohibido tras la queja que el rector de la universidad presentó a los organizadores por haber ocultado su identidad cuando hicieron la controvertida reserva.
El acto fue entonces programado en el Hilton Tel Aviv, pero finalmente fue cancelado por razones que el propio hotel no quiso explicar. ”Habíamos llegado a un acuerdo con la dirección del hotel”, se lamentaba Yonathan Livny, fundador de la Sociedad Wagner. “Ya teníamos firmado un contrato con una orquesta de cien músicos y habíamos anunciado el concierto en los medios de comunicación locales”.
Yonathan Livny, un abogado de Jerusalén que perdió a toda su familia en el holocausto, admite que Wagner era “un hombre horrible” pero insiste en que los israelíes deberían tener al menos el derecho a escuchar su música sin tener que viajar fuera del país. Sin embargo, Uri Hanoch, miembro de la Sociedad de supervivientes del holocausto, sostiene que la música de Wagner aumenta la “tortura emocional” de las víctimas de Hitler. Las opiniones de ambos son totalmente legítimas. Cierto es que se trata de un tema muy discutido en el que las emociones están en contra de la razón y la ley se mantiene obstinadamente al margen.
En Israel no está prohibido, y nunca lo ha estado, representar a Wagner. Su música fue de hecho interpretada en los años treinta en una serie de conciertos iniciales que ofreció la actual Orquesta Filarmónica de Israel -dirigida en aquel momento por Arturo Toscanini-, precisamente cuando todo Israel supo que Hitler sentía fascinación por Richard Wagner hasta el punto de recurrir de forma deliberada a su música en su programa antisemita.
Zubin Mehta y Daniel Barenboim han defendido que una orquesta que no haya interpretado a Wagner no puede comprender la sintaxis de las sinfonías de Gustav Mahler, ya que algunas de ellas están impregnadas de los más altos ideales de Wagner. Bajo la dirección de Barenboim, en 2001 se interpretó en Jerusalén un fragmento de la ópera Tristán e Isolda. Un año antes, Mendi Rodan, superviviente de un campo de concentración, dirigió Siegfried Idyll (El idilio de Sigfrido) en Rishon Lezion. Por un momento pareció que habían conseguido acabar con los tabúes.
Así pues, la idea de Asher Fisch, director titular de la Ópera de Israel, de ofrecer las arias de Wagner a los miembros de la Sociedad de Livni en un concierto semiprivado, no debería haber sido un motivo de escándalo público. La mayoría de los israelíes no han escuchado a Wagner en su vida y muchos de los jóvenes tienen una idea confusa del holocausto. Es innegable que, en ausencia de una ley, el poder de los “lobbys” se ha hecho insoportable.
Los responsables de las asociaciones anti Wagner han aprovechado esta situación para mantener que mientras en los campos de exterminio se cometían asesinatos en masa, las notas musicales del compositor sonaban como telón de fondo. De hecho, la música que interpretaba una banda de prisioneros a las puertas de Birkenau era, probablemente, de Johann Strauss y de Franz Lehar. Hay por tanto pequeñas evidencias de que las composiciones de Richard Wagner eran la banda sonora del holocausto.
Un argumento más verosímil es la conexión que existía entre la música de Wagner y la ideología de Hitler. Aunque Wagner no fue el primer alemán antisemita de los tiempos modernos, sí fue el primero –tal como lo confirma su nauseabundo ensayo de 1850 Das Judenthum in die Musik (El judaísmo en la música)- en defender la expulsión de los judíos de la cultura alemana. En su afán por “purificar” el arte y la cultura alemanes, Hitler utilizó su retórica como anteproyecto. Sin embargo, actuando de ese modo, no tuvo en cuenta la confianza que Wagner había depositado a lo largo de su vida en dos personas imprescindibles para él, sus ayudantes judíos Josef Rubinstein y Hermann Levi. A pesar de esas terribles consignas, Wagner nunca expulsó a los judíos de Bayreuth. Tampoco defendió el genocidio. Muchos de los que murieron en los campos de concentración eran fervorosos wagnerianos.
En una entrevista publicada recientemente en el semanario Der Spiegel, Barenboim hablaba así de esta paradoja: “Tengo el mayor de los respetos hacía los supervivientes del holocausto. Nadie puede llegar a imaginar lo que tuvieron que soportar. Pero es verdad que ellos también tenían diferentes puntos de vista. Un ejemplo de ello es mi amigo y premio Nobel de Literatura Imre Kertész. Recuerdo que solamente coincidimos durante dos semanas. Pero a veces me decía ¿puedes conseguirme entradas para Bayreuth?”
Mucha gente dice que el hebreo es hoy día el segundo idioma más oído en Bayreuth. Tal es la influencia de los israelíes. Pero en Israel aún queda una deuda pendiente. La Universidad de Tel Aviv ha sido acusada de quebrantar la independencia académica. Y el hotel Hilton, de actuar con mala fe. Puede ser que sean demandados. Wagner no se merece unas reacciones tan violentas. Estamos en 2012. ¡Escuchemos a Wagner en libertad!