El músico Frederic Mompou. / Pilar Aymerich
A medida que pasan los años, crece en mí la convicción de que, en el terreno musical, Mompou fue un precursor, y lo fue por su búsqueda de despojamiento, lo que culminó con la obra inspirada en San Juan de la Cruz Música callada. Este carácter se debe, sin duda, a la vía seguida: la de la sonoridad, a su perseguir la unidad en la pluralidad. Repetidas veces, al explicar su teoría del arte como un “recomenzar”, dijo el músico: “Toma un cuadro abstracto. Has llegado ya a un espacio blanco con un punto negro. ¿Qué más? Quitamos el punto negro. ¿Después qué? Empezar de nuevo a descubrir la belleza”.
De hecho es el tema de la abstracción que promulgó Kandinski definiendo el arte como vibraciones y Malevich concretó en la obra a la que el compositor se refería: Círculo negro. Para Mompou eran resonancias con las que crear una suerte de bootstrap abarcador. El origen hay que hallarlo en el hecho de que, de niño, jugaba en la fábrica de campanas de su abuelo y quedó marcado por sus ecos.
Mompou era consciente de que en sus primeros intentos armónicos aparecía el primitivo organum, punto de partida de la polifonía en el siglo IX, y de que éste surgía de una sola nota. Es interesante que, en su persecución, a los 20 años, tuviera el piano afinado por cuartos de tono, intuyendo los shurutis hindúes y, a la vez, inventando un modo precoz de “piano preparado”. En búsquedas análogas, con notables influencias orientales, se movió en el siglo pasado la composición musical. Bastan algunos ejemplos: Cuatro fragmentos sobre una nota sola de Scelsi, los Paisajes o los Sueños de John Cage, Árbol de lluvia de Toru Takemitsu, la Sinfonía Monótona de Yves Klein, Mantra, de Karlheinz Stockhaussen, Atmosphère de György Ligeti, hasta el Für Aline de Arvo Pärt.
Este año, con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento, aparece la tercera edición de labiografía que hace años llevé a cabo. Para este acontecimiento no sólo he corregido en su totalidad la obra, sino que he publicado algunos textos nuevos, en sustitución de otros, y he cuidado especialmente el material gráfico, restaurando las fotografías, de modo que alcanzan alta definición. Así podemos gozar de algunos de los lugares que inspiraron al músico. He incluido, además, algo de especialísimo interés: una partitura inédita, acaso el tema más hermoso escrito por Mompou. Me refiero a El Pont, en su versión original para piano. Esta obra, que luego adaptó haciéndola dialogar con el violonchelo en un homenaje a Pau Casals, la conservó el músico durante años casi en secreto como tema para un concierto de piano que nunca escribió.