«Cuando pronuncie la palabra placer debe sentir placer. Y yo no lo siento al escucharla. Eso no sucede con Mozart, pero en Rossini cada palabra es onomatopéyica», explica Alberto Zedda (Milán, 1928) a una de las participantes del curso de Interpretación vocal que, desde el 9 de abril y hasta este viernes, imparte en el Instituto Italiano de Madrid. Para el maestro Zedda, la música de Rossini no es solo técnica, sino también expresividad, sentimiento, pasión...
Además de la docena de cantantes que participan en este curso, organizado en colaboración con la Universidad de Alcalá de Henares dentro del programa Operastudio, a estas jornadas se han sumado algunos espontáneos, como el director de Orquesta José Miguel Pérez Sierra, que el año pasado dirigió en el Festival de Pesaro de Rossini, fundado por Zedda, «La scala di Seta», y el tenor Celso Albelo, uno de cantantes españoles con mayor proyección internacional (estos días se encuentra en Japón).
Zedda, musicólogo y director de orquesta italiano, considerado uno de los mayores especialistas en la obra Rossini —ha revisado casi toda su obra—, se emociona, gesticula con las manos, se levanta al escuchar una de las arias de «La cambiale di matrimonio» preparadas para la lección de hoy. Habla a sus alumnos de los acentos sobre las notas: «Hay que interpretar con sentido antiguo pero también con la lógica de nuestra propia voz», matiza el maestro italiano, que no pasa ni una. «¡Qué jodido es esto!», exclama de manera espontánea una de las cantantes...
Zedda, que desde hace años mantiene una estrecha vinculación con España —ha sido responsable del Festival Mozart de La Coruña y del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, que depende del Palau de les Arts—, comparte conABC algunos de los secretos del arte del «canto bello».
«Lo importante del bel canto no es hacer muchas notas perfectas sino transformarlas en emoción»
—Una gran disciplina, una gran pasión y un profundo conocimiento de su voz. El bel canto es muy delicado, no todos lo pueden cantar. Y no se puede interpretar todo dentro del bel canto. El primer secreto para un joven es el de conocer los límites y la calidad de su voz, que puede intentar mejorar pero nunca cambiar. A veces con la técnica, uno puede alcanzar registros que no son de su propia voz, pero esto tiene un coste muy alto. Esa es la principal razón por la que actualmente hay muchas jóvenes voces de gran calidad que se pierden en cuatro o cinco años. Hacen carreras muy cortas porque no cantan lo que pide la naturaleza de su voz. El bel canto necesita equilibrio, control, control y control. Lo importante del belcantismo no es hacer muchas notas perfectas sino transformar cada una de ellas en un sentimiento, en una emoción. El intérprete participa en la creación. En el bel canto es el compositor mismo el que te prepara para esa emoción, a diferencia de lo que sucede con Puccini y Verdi, que compusieron una música que explica ya claramente lo que quieren. El cantante belcantista tiene más responsabilidad que los que cantan Puccini. El bel canto necesita de los intérpretes para vivir. Los divos nacieron con él, como Berganza, Marilyn Horne, Chris Merritt..., que tienen la capacidad de dar vida a lo que es inanimado.
—Pero ya no hay muchos divos. ¿Está el bel canto desapareciendo?
—Están desapareciendo los divos porque antes solo había diez personas en el mundo que podían cantar bien Rossini, pero hoy hay muchos más, porque el cantante es más culto y se tiene más respeto al canto. En los conservatorios se aprende a interpretar con color, con agilidades..., cosa que no se hacía en la época romántica o tardo-romántica, en la que se interesaban más por tener una gran voz, y no por un canto refinado, elegante, aristocrático y detallista. Eso es el belcantismo.
—Hace ocho años, usted estaba en el Teatro Real con dos títulos rossinianos, «Semiramide» y «Viaggio a Reims». Ahora ocupan ese escenario Abramovic y Antony. ¿El bel canto es una reliquia del pasado?
—No, hay alternancias. Vivimos un momento en que el hay otras modas. Los gustos van cambiando pero creo realmente que el bel canto está ganando terreno en el mundo. En diez años yo he llevado siete títulos a Alemania, donde Rossini era considerado antes un compositor menor.
—Usted es un apasionado de la investigación, ¿está trabajando en algo ahora?
—De Rossini esta casi todo descubierto, pero él no era una catedral en el desierto, y es interesante conocer a sus contemporáneos. Comenzamos un programa en el Festival de Pesaro, que tuvimos que recortar por problemas de presupuesto.
—El año pasado tuvo mucha repercusión en Pesaro la producción de «Moisés en Egipto», realizada por Graham Vick...
—No era nuestra intención provocar la polémica, pero cuando se tocan situaciones muy candentes... «Moisés» es una obra muy dramática y el objetivo del espectáculo de Vick era condenar todo tipo de violencia, en especial el terrorismo, entendido como aquel que utiliza cualquier religión para matar a otros.
—Hace doce años le ofrecieron la dirección del Teatro de la Zarzuela, que finalmente adjudicaron a Javier Casal. ¿No le ha tentado la idea de presentarse al concurso, del que salió Pinamonti, quien precisamente le relevó también en el Festival Mozart?
—Soy consciente de mi edad (se ríe). Me siento joven de ideas, pero yo creo que le corresponde a personas más jóvenes que yo llevar acabo esta labor, aunque tengo que decir que el Festival de Pesaro me viene un poco pequeño (bromea).