20/3/2012 |
En cuestión de horas, Albert Guinovart vivió dos de los momentos más emocionantes de su vida profesional. Desde la cama, y gracias a la radio, se enteró de que la película The Artist, en la que participó orquestando unos 20 minutos, había ganado el Oscar por su banda sonora, dirigida por el compositor Ludovic Bourse. Horas después, estaba encima del escenario del Auditori de Barcelona celebrando, junto a muchos amigos y profesionales, su medio siglo de vida. Una noche especial que, por lo que significa, tiene para él más valor sentimental que una estatuilla que, le hace mucha ilusión, pero que no siente como suya. Guinovart es uno de los compositores y pianistas catalanes más prolíficos, y ha demostrado su versatilidad aceptando trabajos de géneros tan variados como la música clásica, el ballet, la ópera, los musicales, el cine o la televisión, entre otros. Sus nuevos retos pasan por buscar más proyección exterior para poder dar a conocer su propia música.
-En cuestión de horas, ganó un Oscar compartido por la orquestación de la película The Artist y celebró sus 50 años en una actuación única en el Auditori de Barcelona. ¿Cómo va la adrenalina?
-El Oscar me hace mucha ilusión, pero es un trabajo de oficio. Está claro que mi tarea ha sido parte indispensable para que la película salga, pero no lo he sentido como algo mío. En cambio, el concierto fue especial porque todos los invitados colaboraban desinteresadamente con este homenaje. Fue un día de shock porque, si el día ya era suficientemente intenso, con ensayos y muchos artistas, solo faltaban las entrevistas por el tema de la película. De repente, me di cuenta de lo que debe suponer el día a día de un famoso de verdad (Sonríe).
-Y, por lo poco que le conozco, creo que no le gustaría…
-¡Para nada! (Ríe). Bueno, tal y como yo lo viví, no. Era muy estresante. Recuerdo que estaba en un ensayo y tenía que interrumpirlo constantemente porque algún medio de comunicación quería entrevistarme. Insisto, soy una parte de la película, pero el Oscar no lo he ganado yo.
-Vamos, que la estatuilla compartida no le ha quitado el sueño…
-No. Hay que tocar con los pies en el suelo. Acepté el proyecto porque hacía tres o cuatro años que no me salía trabajo en el sector audiovisual. Ahora, hay gente que me dice que esto me servirá para no parar. No creo. Estoy bastante seguro de que mi panorama no va a cambiar mucho más.
-También está el sentido literal de la expresión. ¿Logró conciliar el sueño?
-Fui a dormir sin mirar la gala porque pensaba en el concierto del día siguiente. Lo que sí que es cierto es que me costó dormir y puse la radio. Fue cuando me enteré que la película había ganado el Oscar a la banda sonora. Estaba en la cama.
-Buen sitio para recibir noticias como esta. ¿Se imaginaba que una película francesa, en blanco y negro y muda, llegaría a alcanzar este éxito?
No, en absoluto. La propuesta me llegó a través de un amigo con el que estudié. Había visto Flor de nit y me imagino que asoció que podría ser un buen elemento para la orquestación y me llamó. En ese momento, pensé que la película no saldría de las salas de arte y ensayo francesas. Cuando me enviaron algunas de las secuencias que tenía que orquestar y me percaté que estaban John Goodman y otros actores secundarios americanos famosos, pensé que quizás no era una película de bajo presupuesto. Cuando se estrenó en Cannes tuvo mucha repercusión y allí me di cuenta de que podría llegar lejos. No sé si el propio equipo creativo de la película se esperaba un éxito tan grande. Creo que no. Están igual de sorprendidos. Es verdad que han hecho una campaña muy buena y que la película ha tenido mucha repercusión.
-El compositor Ludovic Bourse dirigió un equipo de cuatro orquestadores entre los que se encuentra usted. ¿Es difícil trabajar a distancia?
-Ha sido particular. La mano derecha de Bourse es este colega americano de estudio que me llamó, y que ahora vive en París. Él era el enlace. En producciones así, el compositor suele estar hasta el último momento negociando cosas con el director de la película, y no tanto por la realización de la música. Mi amigo se encargó del equipo de arreglistas y orquestadores, y fue él el que me enviaba las secuencias y los archivos para que los pudiera desarrollar.
-Para que lo entendamos todos. ¿En qué consiste orquestar una banda sonora?
-Adaptar una cosa muy elemental, como son la melodía y la armonía, para que suene en una gran orquesta. Sería lo contrario a desnudar una canción tocando el tema en acústico, para que se entienda de forma llana. Pongamos un símil del mundo de la arquitectura. Hay un profesional que hace un esbozo de lo que tiene que ser una futura vivienda, sin ningún arquitecto. El arquitecto llega para hacer los planos y construirla. Sería esto, decidir la decoración, si quiero las paredes rojas o verdes, etc.
-Ha orquestado de 16 a 18 minutos.
-Sí, unos 20 minutos, no lo recuerdo. Pienso que hice mucho más de lo que finamente ha salido, porque es algo que fue cambiando continuamente.
-¿Le gusta trabajar bajo presión?
-Mucho (Sonríe). En algún momento lo llegas a pasar mal, pero luego compensa. Esto era algo que hacía después de cenar.
-¿Orquestó The Artist por las noches?
-Sí, porque cuando acepté el proyecto también tenía otras cosas. Mi amigo me dijo que los otros orquestadores elaboraban un minuto de música por día. Ellos lo hacían durante todo el día, y yo lo tenía que hacer por al noche, después de cenar. Pienso que, bajo presión, la creatividad es más efectiva. Cuando las cosas pasan a la fase de post producción siempre existe la prisa. Han rodado las imágenes, tienen la película acabada y falta la música. Sabes que te toca correr, a no ser que seas un John Williams, que quizás es el único que se puede permitir el lujo de que le esperen (Ríe).
-Hay muchos directores que tienen compositor de cabecera. ¿Le gustaría ser uno de ellos?
-Me gustaría mucho. Empecé a serlo al final de la carrera de Jaime Camino. Con él, hice Largo Invierno y Los niños de Rusia. Me encantaría porque pienso que se crean unas sinergias que son buenas y, de esta forma, el cine tiene un punto de vista artístico. El cine de hoy es mucha industria y poco arte. Esto ayudaría.
-¿La gran baza de Guinovart es su versatilidad, tocar todas las teclas?
-Sí, pero no es que quiera tocar todas las teclas, es que he aceptado todas las propuestas que me han hecho porque pensaba que las podía hacer. Hay cosas que no quiero hacer, como dirigir orquestas, por ejemplo. Si me hubiera dedicado a un único género, seguramente habría triunfado mucho más en ese campo. Pero es que no me considero ni un compositor de bandas sonoras ni de musicales. Me defino como un compositor que hace bandas sonoras, musicales o lo que acepte hacer. Esto también es un problema, porque la gente no te clasifica. Hay muchos directores de cine que deben de pensar que como hago tantas cosas nunca haré una banda sonora.
-¿Cómo encaja su entorno profesional que pase de defender a Frédéric Chopin a hacer la banda sonora de una telenovela?
-Hay de todo, pero en principio choca bastante. Normalmente, lo que se considera música culta, como la clásica, no sale de las salas de conciertos para no ir a menos. Yo hago la reflexión al revés. Pienso que la gente con formación es la que tiene que levantar el nivel de la música en general. Según este criterio, ¿los compositores que hacen bandas sonoras serían los que menos saben? Con ideas como estas no iremos bien. La calidad del producto la da el profesional que la hace, no el medio.
-¿La música clásica está democratizada o todavía existen muchos tabúes?
-Durante toda la historia, la música clásica era la música en mayúsculas. Y durante algún periodo se llegaron a crear algunos vicios postizos que han hecho que el público se alejara mucho de este estilo musical. Ahora mismo, la música clásica ha pasado a ser una más de las músicas: flamenco, pop, músicas del mundo, etc. Lo que ahora sucede es que muchos intérpretes, especialmente de las nuevas generaciones, están intentando romper estas barreras y este hieratismo. Es verdad, también, que para entrar en la música clásica se necesita un poso cultural y cierta madurez. Por ello, el público de este estilo siempre será algo mayor, pero la cuestión es atraer el máximo número de personas.
-¿Cómo se enfrenta usted a una partitura en blanco a la hora de componer temas propios?
-Depende del objetivo que tenga la partitura. Hace muchos años que no escribo por puro placer, sino que lo hago por encargo. Si, por ejemplo, haces música aplicada a otra disciplina, como puede ser el cine o el teatro, tienes una dramaturgia que te guía, y una tradición y unos elementos detrás que te enseñan qué música conviene para poder favorecer esta dramaturgia. Si es una música abstracta, como puede ser para una sala de concierto, es más complicado porque no tienes una motivación específica. En este caso, lo más importante es expresarte a ti mismo lo que quieras, para después lograr que la gente lo capte al máximo. Te acoges a grandes estructuras o a narraciones inventadas por ti mismo.
-¿Le gustaría llegar a vivir solo de las piezas que puede hacer por placer?
-No. A mí me gusta mucho que me encarguen cosas, porque significa que valoran el trabajo que haces y que les gusta. Además, cualquier encargo se hace por placer, ya que si me encargaran algo que no me gustara, diría que no.
-¿Ha tenido que decir que no a algún gran director o compositor?
-No. He pensado que seguramente no repetiría con alguien, y normalmente suele ser bastante recíproco (Sonríe).
-Ha compuesto la banda sonora de La vampira del Raval, actualmente en cartelera en el Teatro del Raval de Barcelona. Una historia dura basada en hechos reales…
-Lo que más me llamó la atención de la historia es lo que me hizo plantear si tenía que aceptar el encargo. Cuando me dijeron de qué iba la historia, pensé que no estaba hecha para mí, y que no era lo que mis seguidores esperan que haga. Pero cuando leí el texto me pareció que estaba muy bien. La historia es tremebunda, y si la hubieran afrontado desde el punto de vista naturalista no sería soportable. Me gustó mucho que, a través de la historia de Enriqueta Martí, se reflejara el momento social que se vivía. A mí, musicalmente, me permitía atacar, como hice con Flor de nit, la música de género, que me gusta mucho. En la obra he podido combinar música de época con composiciones mucho más personales.
-Hay momentos muy duros.
-Sí, pero se compensan con otros más grotescos y cómicos. Te están explicando una historia terrible, pero una gran parte del público sale con la sensación de haber reído mucho.
-¿Qué es lo que cree que sus seguidores esperan de usted después de estos 50 años?
-No sé si es esperar. Quizás asocian que hago música romántica, historias de amor. Lo primero que le dije al director de la obra, Jaume Villanueva, es que no había historia de amor. Es la primera vez que hago algo, ópera o musical, que no tiene historia de amor. Con las bandas sonoras me pasa algo similar, la gente me asocia con composiciones de época, no con películas de terror, y hacer terror es algo que me encantaría (Ríe).
Albert Domènech
La Vanguardia