Jessye Norman inaugura el festival Únicas
El canto que cura la tos
17/5/2007 |
Jessye Norman, la gran dama americana, inauguró la noche del lunes en el Palau de la Música de Barcelona la tercera edición del festival de género Únicas, reservado a mujeres artistas. Es un buen comienzo para un ciclo que apuesta por la heterogeneidad de estilos, porque Jessye Norman es en sí misma un compendio de la variedad, convertida en unicum por efecto de su poderosísima personalidad artística. A un recital de Jessye Norman se va en efecto a escucharla a ella, más que a unas obras determinadas. Éstas pueden corresponder más o menos a lo que uno se espera, y ésa es en todo caso la única materia opinable para la crítica, pues todo lo demás se halla fuera de discusión: es una voz imponente, con una paleta tímbrica pasmosa y un dominio del espectáculo absoluto. Su sola presencia en escena es un manifiesto al saber colocarse, entrar en sintonía con el público y dejarlo al final con la sensación de que ha asistido a un gran acontecimiento: that's entertainment. Ciertamente.
Se trajo Jessye Norman un programa raro: una primera parte seria, difícil para su público, bien es cierto que compensada antes de la pausa por la popular Habanera de Carmen, estratégicamente colocada para calentar los ánimos con vistas a la segunda manga. En posición de salida colocó tres canciones de Shéhérazade (1905), de Maurice Ravel sobre textos de Tristan Klingsor, wagneriano seudónimo de Arthur Justin Léon Leclère (Lachapelle-aux-Pots, 1874-París, 1966), poeta que formó parte con el compositor del grupo vanguardista Los Apaches ("si vas a París, papá...") y que evolucionó de la adoración al dogma de Bayreuth a los postulados del simbolismo / impresionismo capitaneados por Claude Debussy.
Pinceladas y fábulas
Sus versos son evocación de lugares visitados con la imaginación literaria, una Asia llena de fábulas en la que el escritor querría ver "de beaux turbans de soie / sur de visages noires aux dents claires", y era como si estuviera esculpiendo la bella efigie de bronce de la propia cantante. Poemas hechos de nuances, sensaciones e imágenes brevemente apuntadas, como nacidas del sueño. Así es también el piano de Ravel, pinceladas que se diluyen en otras pinceladas, en una sucesión embriagante de colores y melodías. Para quien les escribe, lo mejor del recital. Los portamenti (deslizarse de una nota a otra en un continuo) de Norman son justamente eso, pinceladas de colores que sorprenden y subyugan y en las que colabora de forma determinante su excelente dominio del francés (¿cómo, si no, hubiera podido cantar aquella mítica Marsellesa en el bicentenario de la Revolución?).
Ahora bien, para apreciar la poética raveliana se necesita estar algo metidos en harina. No es el caso del público, muy respetable, que convoca un festival como Únicas. A juzgar por las toses -¡ay, la primavera!-, fue la parte del recital que menos interesó, junto con el siguiente ciclo de canciones de Richard Danielpour (Nueva York, 1956) sobre poemas de la escritora negra Toni Morrison (premio Nobel en 1993). Pero las faringitis sanaron milagrosamente cuando llegó la citada Habanera y, ya en la segunda parte, las canciones de Gershwin y los spirituals que no pueden faltar en un recital de la Norman, pues sus devotos nunca se lo perdonarían. Sigue siendo una delicia escucharla cantar The man I love, Summertime (entre las propinas) o un sobrecogedor Swing low, sweet Chariot a cappella. Jessye Norman pertenece a esa esfera única de artistas universales capaces de curar la tos con un pianissimo que se escucha desde el mismísimo Paraíso.
AGUSTÍ FANCELLI
El Pais