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CRÍTICA

Barbara Cook al Liceu

Broadway toma la platea del Liceo

5/2/2007 |

 

La cantante Barbara Cook convierte el teatro barcelonés en una revista musical neoyorquina.

Insólito. Entrar en la platea del Liceo con una copa en la mano y acomodarse en una de las mesitas dispuestas en una tarima por encima de las butacas constituye un efecto teatral notable. No se puede fumar, y eso limita la idea que uno lleva de la revista musical, pero hoy día es normal, y más si se trata del Liceo, donde el fuego no goza de ninguna simpatía.

Estos días el concepto "platea" anda alterado en el teatro barcelonés. Peter Konwitschny, director de escena del Don Carlos que se representa hasta el 14 de febrero, convierte la platea en un circo romano, con policías apaleando a ensagrentados condenados a muerte y el público acalorado y puesto en pie, aplaudiendo y abucheando a partes iguales la osada propuesta. A Theodor W. Adorno no le hubiera parecido mal: la platea recupera sus orígenes de arena y ya no le queda sino reventar la cúpula para reencontrarse por fin con las estrellas del firmamento.

Por su parte, Barbara Cook convirtió, el sábado y ayer, esa misma platea en una sala de Broadway. En medio, a nivel del proscenio, una tarima poco elevada en la que se colocaron ella, armada de un micro sin pie, el pianista Lee Musiker frente al Stenway de concierto y el contrabajista Steve McManus. En el escenario, hasta el fondo -y es muy profundo-, más mesitas con espectadores: una imagen repetida, como si un enorme espejo cubriera todo el arco escénico. Simplísima escenografía, de hondo significado: el musical americano no puede concebirse sin un público involucrado, partícipe, activo.

Fue así como Barbara Cook, de 79 años, fue desgranando los mejores lyrics de Leonard Bernstein, Richard Rodgers, Stephen Sondheim, Irving Berlin o George Gershwin, por citar a los autores que más suenan por aquí. Barbara Cook estrenó en 1956 el Candide de Bernstein: con ello queda todo dicho sobre el dominio que puede tener del género, así como sobre cierta opacidad natural de la voz al cabo de los años. No importa. Cuando se es capaz de explicar la story, el relato de cada canción, con el desparpajo, la expresividad y la intensidad con que ella lo hace, lo demás es accesorio. Además, su sola presencia sobre las tablas inspira ternura: es bajita y ancha, viste blusón y pantalones de gasa negra y calza unas graciosas sandalias que le dan un aire como de niña indefensa.

Pero de indefensa, nada de nada. Entre otras cosas, porque ya se guarda ella de ir acompañada por dos músicos de la categoría de Musiker y McManus, que llevan su voz en volandas, atentos al mínimo detalle expresivo, compenetrados hasta fundirse con la palabra. Estas canciones nacen de la música. Si en Europa manda en general la poesía -con excepciones como la de Paolo Conte, por poner la más gloriosa-, en Estados Unidos primero nace el tema musical que provoca la situación dramática y luego llegan las palabras, adaptadas a ella. El swing es, pues, prescriptivo: sentir primero, decir en consecuencia. Barbara Cook es una maestra a la hora de crear ese feeling.

Se ha apuntado un buen tanto el Liceo invitando a Barbara Cook, que el año pasado tuvo el privilegio de ser la primera cantante ajena a la ópera que protagonizó un recital en el Metropolitan de Nueva York. Hay que decir que el teatro barcelonés está avezado a las contaminaciones de géneros. Por estas fechas, la burguesía de finales del siglo XIX, principios del XX, convertía el Liceo en un gran baile de Carnaval. El escándalo que provocaba, por cierto, a menudo era colosal. Ríete tú del Don Carlos de Konwitschny.

AGUSTÍ FANCELLI
El Pais

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