El Rapto en el Serrallo al Teatre Real
18/5/2006 |
EL RAPTO EN EL SERRALLO de Mozart.
10 de mayo de 2006
Teatro Real, de Madrid.
E. Cutler, D. Rancatore, W. Ablinger-Sperrhacke, Ruth Rosique, E. Halfvarson, S. Moschkin-Ghalam. Coro y Orquestra Titular del Teatro Real. Dir: Christoph König. Dir. Esc: Miquel Barceló.
Los fastos del año Mozart recalan en Madrid con la llegada de la maravillosa ópera “alla turca” El Rapto en el Serrallo (1782), una de las óperas más vitales, expansivas y entretenidas del mago de Salzburgo. Aquí se encuentran picardía musical, ingenio compositivo y una serie de personajes entre lo mejor de sus creaciones; Konstanze y Osmín, donde la pirotecnia sopranil coquetea con los abismales graves del guardián de esclavos del Pachá creándose un festival sonoro irresistible. Subía por primera vez este título mozartiano al escenario del Real (ideal por medidas y tamaño de la sala) y prometía delicias artísticas con suculentos platos a priori infalibles: Barceló como escenógrafo, Rancatore y Halfvarson… Pero la magia no fluyó, es más, un tedio del todo antimozartiano invadió la atmósfera del Real hasta convertir en asfixiante un obra que es todo brío y espontaneidad. La orquesta empezó desdibujada en la obertura, velada por una dirección (Christoph König) plana y sin carácter, que por desgracia continuó en toda la representación confundiendo quizás ligereza con impersonalidad- los destellos tímbricos de la percusión orientalizante sonaban en contraste toscos y estentóreos- con lo que el resultado, sin llegar a naufragar, no pasó de la simple corrección estilística. El estreno del tenor Eric Cutler en el escenario madrileño pasó de puntillas por una recreación vocal de Belmonte bien proyectada y resuelta, pero sin destacar en un rol que puede significar un éxito personal notorio. Desirée Rancatore (debut también) fue una Konstanze intimista y carismática; dejó fluir su especial e irisado timbre mediterráneo con agudos bien colocados y valentía vocal, sobretodo en la celebérrima “Marten allen Arten”, previo un “Traurigkeit” sentido y musical, todo un despliege de medios donde su casta vocal arrasó, llevándose con justicia la única ovación unánime de toda la velada. Eric Halfvarson interpretaba el rol de Osmin por primera vez en su impecable carrera. Toda una piedra de toque para un bajo que se precie, no solo por los graves requeridos (llega hasta el re1) sino también porque el carácter explosivo del personaje, entre cómico y gruñón, pide un actor de carisma. El resultado fue engañoso, si bien la voz es rica, amplia de armónicos y color, no aguanta la tesitura requerida, sobretodo en los graves donde la orquesta tapó totalmente la voz del cantante, desdibujando por completo las prestaciones del mismo. Se suma a esto el hecho de que la vertiente escénica no causó la complicidad necesaria con el público (un Osmin se lo ha de llevar de calle), debido en parte a la lectura supuestamente graciosa de la dirección de actores. Ruth Rosique vertió la pizpireta lectura de una Blonde dinámica y vivaz; salió airosa en los pasajes agudos, demostrando soltura y versatilidad vocal a partes iguales. Wolfgang Ablinger-Sperrhacke capeó con Pedrillo las prestaciones más discretas de todo el elenco de cantantes. Lo de la concepción escénica fue de juzgado de guardia; un humor simplón, sin comicidad alguna, vertido sobremanera en la comparsa de secuaces de Osmín (cuatro actores omnipresentes que molestaban continuamente en escena con supuestas acciones divertidas). Las aportaciones pictóricas de Miquel Barceló consistieron en once telas dibujadas con su sello inconfundible que se iban desplegando en el fondo del escenario a medida que transcurría la música. Jerôme Deschamps/Macha Makeleïff deben considerar que el libreto es aburrido en esencia, ya que sus acotaciones escénicas, con abuso de onomatopeyas ¡incluidas en medio de arias! y movimiento constante, nunca encontraron la complicidad buscada con un público, por lo demás, más glacial de lo normal. El actor-danzante turco Shahrockh Moschin-Ghalam protagonizó un Pachá Selim místico y distante, de movimientos demasiado robóticos; el clímax final de su baile frenético con movimientos de cabeza al compás de las últimas notas de la ópera fue la metáfora idónea para cerrar la malograda dirección escénica de esta ópera espectacular a la que nunca se le hizo justicia teatral en el escenario.
Jordi Maddaleno
Catclàssics