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CRÍTICA

La Simfònica de Berlin interpreta la Novena de Mahler

Elogio de la contención

8/4/2006 |

 

ORQUESTA SINFÓNICA DE BERLÍN
Obra: Novena sinfonía. Mahler
Director: Eliahu Inbal
Lugar y fecha: Ibercamera. Auditori (6/ IV/ 2006)

La última sinfonía concluida de Mahler constituye la más grande de sus aportaciones al género, brillando al nivel más alto los resortes más puramente abstractos del discurso musical, de un compositor en pleno dominio de sus medios. Ello es singularmente patente en el movimiento inicial, tal vez su estructura sinfónica más perfecta, de una modernidad radical, abocado al umbral del expresionismo, y en el que, según Adorno, la tonalidad se juega la vida. El movimiento, cuya página inicial, con su atomizado tratamiento camerístico, deviene un genuino ejemplo de Klangfarbenmelodie,concentra el conflicto de la forma sonata en la desnuda contraposición de los modos mayor y menor, dando origen su desarrollo a un clímax sobrecogedor que colapsa sobre el mismo tritono que precede al asesinato de Sigfrido en El crepúsculo de los dioses de Wagner. La coda conduce el pasaje preferido de Berg, una delirante cadenza que funde la desolación de un enloquecido quodlibet y la polifonía de eventos de Ives en un baile de máscaras reminiscente de Ensor.

Le siguen los dos tiempos centrales, a modo de necesario contrapeso emocional, desde la cordial rusticidad del Ländler, que pronto deriva hacia lo grotesco, y la ironía trágica y autoparodia de la Burleske, con su proliferación de salvajes contrapuntos que emulan en su desenfreno la ciega marcha del mundo que termina por aplastarnos. El centro de gravedad se desplaza hacia el adagio final, modelado sobre el Adagio de la Novena sinfonía de Bruckner, contraponiendo el apasionado fervor de la cuerda, sometiendo el amoroso grupetto a un intensísimo tratamiento polifónico, con pasajes extáticos y tímbricamente rarificados, de alcance visionario.

Frente a una obra de las que ponen a prueba a una orquesta, la Sinfónica de Berlín acreditó una encomiable homogeneidad en todas sus secciones, con sonido bello y equilibrado, que ni aun en los pasajes más climáticos llega nunca a forzarse, y solistas de gran calidad. Sin duda un conjunto de gran madurez y solvencia. Inbal, que conoce a fondo estos pentagramas, supo equilibrar los pasajes de mayor tensión con los de calado más lírico, con atención al detalle y un extraordinario control de los planos y las dinámicas, confiriendo una trasparencia ejemplar al tejido orquestal. Evitando sabiamente los excesos retóricos, ofreció una versión sin fisuras, recorriendo con ecuanimidad los extremos emocionales de la obra, aun a riesgo de cierto distanciamiento que restó aliento poético a su versión, que avanzó con fluidez, aunque sin llegar a profundizar enteramente en el fondo humanista y doliente de una música proyectada hacia el futuro.

Ello fue especialmente patente en el andante inicial, que quedó lejos de lo que su grandeza demanda. Más idiomáticos los movimientos centrales, su mixtura de registros expuestos con ponderación y elegancia, para alcanzar mayor convicción en el finale, gestionando muy bien el tiempo sinfónico, con unos silencios y pianissimos verdaderamente estremecedores.

BENET CASABLANCAS
La Vanguardia

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