'Wozzeck' d'Alban Berg al Liceu
Caótico, pero impactante
6/1/2006 |
WOZZECK
Autor: Alban Berg
Intérpretes: Franz Hawlata, Angela Denoke, Hubert Delamboye, Johann Tilli, David Kuebler, Vivian Tierney. Cor Vivaldi-IPSI-Petits Cantors de Catalunya. Dir.: Òscar Boada. Coro del Liceu. Dir.: J. L. Basso. Orquestra Simfònica del Liceu. Dir.: Sebastian Weigle
Producción: Gran Teatre del Liceu y Teatro Real de Madrid. Dir. escénica: Calixto Bieito. Escenografía: Alfons Flores
Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu, 30/ XII/ 2005
Cuarenta y dos años después de su estreno en el Liceu (30/ XII/ 1963) ha vuelto la ópera de Alban Berg, esta vez en la abigarrada, caótica pero brillante producción dirigida por Calixto Bieito, quien por una vez ha logrado, si no un éxito rotundo, al menos un destacado consenso al llevar a escena la obra maestra de Berg. Hemos visto en esta ocasión al mejor Bieito, al que sabe mover las figuras del escenario con eficacia y con ideas, con un movimiento excelentemente coordinado, con un indudable instinto teatral, que, al cabo de los cien minutos ininterrumpidos de acción deja al espectador envuelto en lo que ha presenciado en escena, e impactado por la rotunda y constante acción teatral. Éste es, sin embargo, el problema: que Bieito se apodera de la ópera y la convierte en una pieza teatral desmesurada y deshace su contenido escénico, para rehacerlo a su modo; Bieito no tiene muy claro lo que es una ópera, y sólo piensa en dar espectáculo: colorismo, gestos, sorpresas visuales, ritmo escénico, cortinas de lluvia, escenas filmadas de contenido diverso..., pero una ópera no es sólo teatro: hay detrás una música y la intención narrativa del compositor se apoya en la partitura, que aquí queda relegada a un mero acompañamiento.
La historia de Wozzeck es un testimonio muy importante del expresionismo operístico de la mejor calidad: en manos de Bieito se convierte en un espectáculo que, aparte de su mensaje ecologista, no narra apenas nada, caótico en su falta de referencias a los lugares donde se desarrolla la acción, y donde las humillaciones y las angustias del personaje no son expresadas por su voz y por su canto, sino por las mil y una agresiones físicas y pictóricas a las que se ve sometido; la escena del cuartel tiene el mismo marco que la mayoría de las escenas, y la pelea con el Tambor Mayor se convierte en una paliza colectiva desmesuradamente violenta; en la casa de Marie ésta no lee la Biblia como dice el texto, sino que arranca de modo cada vez más desenfrenado un montón de páginas de una especie de listín telefónico y las pega a la pared o las rompe en pedazos, y así sucesivamente.
El drama humano queda reducido a una orgía de violencia con muchos episodios sin apenas sentido. La multitud desnuda y patética del final es el mensaje de lo que nos espera si persistimos en sacar petróleo de las entrañas de la tierra. A quien le fascina la mera exhibición teatral, la espectacularidad de la producción, puede convencerle el resultado, pero la ópera queda muy mal servida. Y pese a todo, es una ópera pensada para causar efectos muy diferentes de los que se aprecian en esta versión. Que esto es lo que se lleva, y que esté muy bien realizado, no compensa lo que se pierde en el contenido de la obra. Las ideas de Bieito han encontrado sin embargo un fuerte apoyo en la brillante creación escenográfica de Alfons Flores, con recursos muy bien desarrollados y con una iluminación muy efectista y lograda.
Los cantantes del equipo vocal han dado un rendimiento casi de fábula. Debemos exceptuar a Franz Hawlata, que mostró algunos puntos flacos en su vocalidad, a pesar de su excelente labor escénica. Pero la Marie de Angela Denoke fue fascinante, por la generosidad vocal y por su eficacia escénica, que mereció una inmensa ovación. De gran calidad la labor de Hubert Delamboye como Capitán, y Johann Tilli no le anduvo muy lejos como Médico; otros intérpretes se hicieron acreedores de elogio: David Kuebler como Andrés y Vivian Tierney como Vecina (en el otro reparto será ella quien encarne a Marie). Magnífica la labor de los coros y de verdadera antología la impresionante y dúctil prestación orquestal, de la que puede sentir orgulloso Weigle.
El público, menos numeroso de lo previsible, aplaudió con bastante entusiasmo, se destapó en bravos ante la Denoke, y repartió aplausos y abucheos casi a partes iguales al aparecer Bieito y su equipo, suponemos que en parte por el mal recuerdo que dejó en otras ocasiones, pero la sangre no llegó al río.
Roger Alier
La Vanguardia