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CRÍTICA

'La Gioconda' al Liceu

La góndola de lamuerte

6/10/2005 |

 

«LA GIOCONDA»
Libreto: A. Boito. Música: A. Ponchielli. O. S. del G. T. del Liceo. Dirección: D. Callegari. Coro del Liceo. Dirección: J. L. Basso. Dir. esc., escenografía y vestuario: P. Pizzi. Iluminación: S. Rossi. Coreografía: G. Iancu. Liceo, Barcelona, 4 de octubre

Pier Luigi Pizzi inauguró la temporada del Liceo embarcando a «La Gioconda» de Ponchielli en una aséptica y elegante góndola mortuoria, en una producción con mucho de «déjà-vu» que retrotrae a montajes de los ochenta, de esos en los que todo era negro, gris o rojo; el veterano director milanés pintó de luto este libreto que se aguanta por una música cargada de pasión. Solucionó lo mejor que pudo momentos de total incoherencia, aunque hubo escenas en las que era mejor dejarse llevar por la música que intentar cualquier tipo de lectura a esas continuas entradas y salidas, más aún sin los referentes del libreto al dibujar una Venecia abstracta, sin palacio ducal, sin Ca´ d´Oro ni la Giudecca.

La velada contó con dos estrellas de la danza de inconmensurable medida, un Ángel Corella en estado de gracia y una Letizia Giuliani maravillosa por capacidad y expresión, claves en esa «Danza de las horas» que supo a nueva en la coreografía de Gheorghe Iancu.

Daniele Callegari untó el sonido de la Sinfónica liceista de terciopelo, pero nuevamente se le escaparon internos y coros en varios momentos clave. La masa coral del Gran Teatro, bastante reforzada, cantó y se movió de manera precisa. Deborah Voigt pudo con el papel protagonista dotándolo de pasión y ternura; su voz, aquí bastante monocroma, alcanzó a contrastar con convicción. Algún sonido fijo, otro de dudosa afinación y un acento anglosajón en ciertas frases parecen mejorables. Ewa Podles estuvo fantástica, provocando lamentos por la brevedad de su papel. Elisabetta Fiorillo no se cortó un pelo y lo dio todo, consiguiendo entusiasmar con su canto melodramático y arrollador. Richard Margison puso todo su cañón de voz al servicio del papel, siempre decidido, pero también capaz de alguna sutileza en el fraseo. En ese Yago verdiano incipiente que es Barnaba, Carlo Guelfi se explayó, pero tiñó su vocalidad con algo de Tonio, mientras que Carlo Colombara vivió este debut operístico nervioso, con agudos opacos y desencontrándose con la batuta.
Pablo Meléndez-Haddad
Abc

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