'Turandot' al Liceu
Turandot hasta el fin
23/7/2005 |
Turandot
De Puccini. Último dúo y escena final de Franco Alfano. Intérpretes: Luana de Vol, Franco Farina, Barbara Frittoli, Stefano Palatchi, Lluís Sintes, Francisco Vas, David Alegret, Philip Cutlip y Josep Ruiz. Polifònica de Puig-reig, Coro Vivaldi, Coro y Orquesta del Liceo. Director musical: Giuliano Carella. Director de escena: Nuria Espert. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Cheli. Coproducción del Teatro del Liceo y la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO). Teatro del Liceo. Barcelona, 21 de julio.
Nuria Espert no soporta el final feliz de Turandot: ni en pintura puede imaginarse a la cruel princesa china felizmente casada con Calaf, un tipo con suerte que gana su mano tras acertar los tres enigmas que a otros pretendientes les costó la cabeza. En su montaje de la última e inacabada ópera de Puccini -el mismo que inauguró el reconstruido Liceo en 1999 y que ahora cierra la temporada del teatro con ocho funciones hasta el 30 de julio- la actriz y directora teatral catalana creó un nuevo final en el que la princesa china acaba suicidándose. No es una decisión caprichosa, sino fruto de una reflexión teatral que parte de una realidad que hasta los más fanáticos admiradores de Puccini no tienen más remedio que aceptar: el tradicional final feliz no funciona. No funciona en lo musical, porque, a pesar del buen oficio de Franco Alfano, el farragoso dúo final queda lejos de la inspiración y el talento orquestador pucciniano. En lo teatral, la situación es aún más decepcionante: hay que tener muchas tragaderas para imaginarse a la fría, cruel y sanguinaria princesa derretida de amor por Calaf y sólo por un beso. Para creerse esa súbita transformación haría falta esa música soñada por Puccini que la muerte le impidió escribir. Seis años después de su estreno, sin los nervios ni la presión vivida en la histórica noche inaugural, Nuria Espert ha vuelto al Liceo a dirigir Turandot y ha visto cómo su polémico final levantaba ampollas en un sector del público que le dedicó un sonoro abucheo.
Los abucheos a los directores de escena son la cosa más normal del mundo en el ámbito operístico, pero no todos saben soportarlo con la clase, la elegancia y la sonrisa que lució Nuria Espert al salir a saludar. Ventajas de ser una gran dama del teatro. Por lo demás, si algo quedó claro a lo largo de la representación es que, salvo el drástico cambio final, que chirría con ese jubiloso y triunfal coro, el montaje gustó mucho y recibió aplausos en cada final de acto. Algo lógico, porque Espert firma un gran espectáculo, de corte tradicional, con decorados monumentales, espléndido vestuario, cuidada iluminación y grandes movimientos de masas.
La labor de Giuliano Carella en el foso fue muy aplaudida. No fue una lectura especialmente refinada ni bien pulida en los acabados, pero obtuvo una contundente respuesta de la orquesta del Liceo con trazos vigorosos, colores brillantes y quizá demasiada potencia. Vocalmente, la noche fue especialmente intensa, con una vibrante actuación del coro y un reparto de alto nivel. De las dos sopranos debutantes, Barbara Frittoli es la que desató más pasiones con una interpretación del personaje de Liù de conmovedores acentos, bien rematada con pianísimos de poderoso efecto. En su primera encarnación de Turandot, Luana de Vol optó por una vía más lírica de lo habitual, muy en la línea de las primeras incursiones de Montserrat Caballé en el personaje. Como el resto de sus colegas, De Vol fue a más a lo largo de la velada y compensó la falta de mayor peso dramático con gran sentido musical. El tenor Franco Farina impuso sus muy consistentes medios en un Calaf de firmes agudos, algo tosco y de corto vuelo lírico, pero valiente y audible a pesar del fragor orquestal. Stefano Palatchi mostró su acreditada solvencia en el personaje de Timur y, a pesar de ciertos titubeos, se impuso el buen hacer de Lluís Sintes, Francisco Vas y David Alegret en el trío de ministros imperiales. Del resto del reparto, aplaudir el gran oficio de Josep Ruiz -un Emperador siempre audible- frente a la simple correción de Philip Cutlip como Mandarín.
Javier Pérez Senz
El País