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CRÍTICA

'La meua filla sóc jo' de Carles Santos

Santos continúa su terapia

22/5/2005 |

 

El teatro público catalán ha vuelto ha financiarle a Carles Santos una macrosesión de autoanálisis en la que sexo y la religión vuelven a ser fundamentales, ahora con Freud como telón de fondo. Sin dar la más mínima concesión, Santos dibuja en esta inacabada e improvisada «La meua filla sóc jo» («Mi hija soy yo») un espectáculo esperpéntico en lo musical, lleno de chillidos, griterío y música sin inspiración, que sin piedad taladra oídos del público y que demanda a sus intérpretes lo inverosímil (marca de la casa). Vamos, ideal para coger un dolor de cabeza de esos históricos. Fueron tantos los decibelios que, más de uno, comentó por lo bajo que lo mejor de la obra fue esa cita al «Silence», de Cage.

Siete vientos, algo de percusión, piano grabado y un clarinete protagonista ponen la música y, como viene siendo habitual, Santos vuelve a provocar a los operófilos llamando ópera a un musical amplificado, aspecto incompatible con la esencia del canto lírico. Con sus artes mágicas, vuelve a explorar el lado masoquista de unos artistas que se le entregan en cuerpo y alma para las chorradas más exquisitas, como cantar suspendido en el aire y cabeza abajo, saltando una cuerda o siendo arrastrado por el suelo... Santos consigue el sueño de todo director de escena: hacer lo que le sale de las narices.

Coctelera que no mezcla bien
Pero en «La meua filla» no hay ni un guiño circense ni la habitual belleza plástica de montajes anteriores, por eso se resiente al convertirse en una coctelera que no mezcla bien los muchos ingredientes que mezcla a pesar de lo mucho que se agita: esta vez las ideas no estaban nada claras. Desde el exasperante nacimiento de la cría chupóptera, los gags a Santos ya no le funcionan y saben a repetidos. Incluso ni sus incondicionales le rieron las gracias la noche del estreno, a pesar del éxito evidente del estreno. Pero el trabajo está a años luz de «La pantera imperial», de eso no cabe duda. Antoni Comas, Claudia Schneider, Xavier Galán, Montserrat Melero, Leticia Rodríguez, Alina Zaplatina, Iván García y el extraordinario Oriol Rosés lo dan todo en escena, un desgaste que, esta vez, no parece estar en absoluto justificado.
Pablo Meléndez-Haddad
Abc

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