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CRÍTICA

Wintermärchen

'Wintermärchen' El cuento más conservador

8/9/2003 |

 

Libreto de L. Bondy y M.-L. Bischofberger. Música: P. Boesmans. O. y C. del Théâtre Royal de La Monnaie. Dirección: K. Ono. Dir. esc.: L. Bondy. Escenografía: E. Wonder. Coreografía: L. Childs. G. T. del Liceo, Barcelona, 6 de septiembre.

El Gran Teatro del Liceo retomó sus actividades de la mano de una compañía invitada, la del Théâtre Royal de la Monnaie de Bruselas, un coliseo tricentenario que aterrizó en la capital catalana con sus huestes en pleno capitaneadas por director musical, Kazushi Ono, ocasión que propició el estreno español de la última ópera de Philippe Boesmans, "Wintermärchen" (1999), obra basada en "El Cuento de invierno", de Shakespeare. La adaptación de este "romance" fundamental por parte del compositor belga y del director de escena Luc Bondy -autor del libreto y de la puesta en escena- es cien por cien teatral, con momentos geniales desde el punto de vista dramático, como la angustiante escena final del segundo acto; Boesmans y Bondy moldean este ascenso de los celos al terreno del mal con un efectivo poder de síntesis, cargándose o fundiendo personajes y personalidades y condensando los hilos argumentales con un resultado excelso, impecablemente traducido a una partitura libre de ataduras, que se beneficia del arioso y que también se arranca con algún aria, como esa melancólica "Ich träumte jede Nacht", o la posterior balada de Florizel a cargo de un cantante de técnica vocal ajena a la lírica, una puerta abierta a la escena más rompedora de la ópera que corre a cargo de una banda de jazz que irrumpe en la obra sin forcejear.

Ante tanto logro, el regustillo conservador del discurso dramático de la adaptación se transforma en preocupante: que se identifique el universo del ladrón Autolycus con ciertas tribus urbanas que nada tienen que ver con el lumpen a través del, por otra parte, genial vestuario de Rudy Sabounghi, es recaer en lo mismo de siempre -menos mal que en Bélgica no existen afroamericanos del Bronx-, aunque la gota que colma el vaso es que la modernísima adaptación acepte que por sobre el triunfo final del amor lo que en realidad triunfa es la división de clases. La actualización de esta obra maestra del teatro shakespeariano, se ve, alcanzó para moto y para jazz, no para crítica social.

La ópera, un arte vivo

La obra llegó a España más que rodada después de su estreno en Bruselas y de su paso por Lyon y París, con una orquesta prodigiosa en el foso, espléndidamente guiada por Kazushi Ono, un director que consiguió sonidos equilibrados y de adecuada tensión dramática. El reparto, casi idéntico al original del estreno, eclipsó por su poderío, con un Dale Duesing verdaderamente entregado, secundado por la fantástica Hermione de Stephanie Friede, el impecable Polixenes de Kurt Streit y el vocalmente convincente Camillo de Franz-Josef Selig, poco flexible como actor. La Perdita de Johanne Saunier -en la ópera, personaje mudo- demostró con poderío el genio coreográfico de Lucinda Child, mientras que la escenografía de Erich Wonder se presentó como el marco poético más adecuado para esta propuesta, una obra que demuestra que la ópera continúa siendo un arte vivo en el siglo XXI.

Pablo Meléndez-Haddad
Abc

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