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CRÍTICA

Hacia la renovación del género

17/2/2020 |

 

Programa: 'Diàlegs de Tirant i Carmesina' de Joan Magrané

Lloc i dia: Gran Teatre del Liceu

Barcelona. 13/02/2020. Foyer del Gran Teatre del Liceu. Magrané: Diálogos de Tirant y Carmesina. Josep-Ramon Olivé (Tirant), Isabella Gaudí (Carmesina), Anna Alàs (Viuda reposada/Plaerdemavida). Conjunto instrumental. Marc Rosich, dirección de escena. Francesc Prat, dirección musical.

La empresa de llevar a la ópera los amores de Tirant y Carmesina que se narran en la innovadora novela de caballerías Tirant lo Blanch no es pequeña. Gran parte se cifra en la sutilidad psicológica, en el equilibrio tragicómico, y en una profunda polisemia simbólica. Y precisamente por eso, la mejor manera de afrontarlo es desde dispositivos reducidos como el que ofrece una ópera de cámara. Eso es lo que hace Marc Rosich, destilando situaciones y personajes, para lo cual Joan Magrané reserva una música de gran detallismo expresivo, que frente a un texto tremendamente voluminoso se convierte en un constante accompagnato, tremendamente determinado por la estructura del texto.

A lo largo de su casi hora y media de duración, la historia del caballero Tirant y la tensión entre este y Carmesina no deja de estar presente, pero en muchas ocasiones esta pasa a convertirse en un telón de fondo para dar lugar a reflexiones de todo tipo, desde la irreversibilidad del tiempo, hasta los vínculos entre el espíritu bélico y el espíritu erótico. Como es sabido, la obra ya se había estrenado en el Festival de Peralada, pero al llegar al Liceu el sabor y el ambiente era de estreno absoluto. Lleno total en el Foyer el mismo día que en el Palau Gardiner impartía su particular evangelio beethoveniano.

La escenografía de Jaume Plensa se reduce al mínimo, con una estructura que permite un primer y un segundo plano en los que alternan los personajes, y luces de neón como telón de fondo. No comparto el elogio general en este aspecto, no tanto por su vacuidad como por la literalidad en la que ni el texto ni la música caen, y que en resumen consiste en un cronómetro y una palabra al final, Utopía, dibujada por las luces de neón, que deshace la ambigüedad simbólica en la que se mantiene toda la ópera.

Gran parte del éxito de estos Diálogos reposa en el hecho de tratarse de un trabajo artístico en el que todos los elementos convergen en la misma dirección, y en todos ellos la labor ha sido de entrega y compromiso artístico absoluta. Para empezar, el peso teatral sobre los cantantes es inmenso y les exige mucho, también en la delicada composición de gusto monteverdiano y forma madrigalista. El trío vocal en este caso fue excelente. La soprano Isabella Gaudí brilló más en lo vocal que en lo escénico, con un timbre intenso y penetrante, amén de la agilidad que mostró en ciertos pasajes muy delicados. El barítono Josep-Ramon Olivé como Tirant era una pareja vocal perfecta de la Carmesina de Gaudí, también dotado de gran flexibilidad y con un centro de proyección esplendorosa. Su desempeño fue capaz de amoldarse, con elegancia estilística, al personaje. Los dos roles contradictorios y tremendamente simbólicos de Anna Alàs, la más aplaudida, son un reto teatral que la cantante afronta con un admirable despliegue y madurez interpretativa. No se queda atrás en el apartado vocal, con calidez, expresividad, un amplio registro y una rotunda sabiduría para encarar el difícil trabajo que le encomienda el duo Rosich-Magrané.

Joan Magrané no culmina con esta obra un período en su catálogo, sino que lo inicia, y lo hace en este caso con un corsé muy estrecho; el que le imponía el texto y la dramaturgia. Aún así, había instantes en los que se desplegaba toda la sensibilidad y riqueza de su escritura. Tal es el caso de la escena en la que se abren las ventanas en la habitación en la que Tirant y Carmesina se encuentran, llenándola de luz desde el propio color instrumental. En este sentido, la música ofrecía, en los meandros más meditativos de la ópera, una gran riqueza de atmósferas, que un entregadísimo y detallista conjunto de cámara perfectamente comandado por Francesc Prat logró subrayar, apartado a la izquierda del escenario. Cuerdas de alta precisión en manos de un cuarteto -el Lassus Quartett; Joel Bardolet (violín I), Antonio Viñuales (violín II), Adam Newman (Viola), David Eggert (Violonchelo)- cercano a la obra del compositor reusense, bien integrados con la escena. La prestancia de la flauta de Frederic Sánchez y la soberbia puntualidad de Esther Pinyol en los hallazgos tímbricos que el arpa mostraba junto a la cuerda, redondearon una gran noche en el apartado instrumental.

Una excelente iniciativa de Òpera de Butxaca i Nova Creació que hay que aplaudir y fomentar a toda costa, más teniendo en cuenta que tenemos un teatro de ópera que vive de espaldas a la creación actual y la interpretación autóctona, como si le diera reparo mostrarla y sólo aceptara hacerlo con el género camerístico -con toda su complejidad e igual dignidad artística, pero una apuesta de menor despliegue y riesgo-. Noches como esta, que son motivo de alegría, dejan al mismo tiempo en evidencia esa política agravada en los últimos años y deben servir como acicate para la renovación del género. Un error tipográfico, que siempre resulta revelador de mucho más si se sabe leer, como decía el sabio Karl Kraus hace cien años: el teatro anunciaba "una ópera del siglo XX", aunque haga veinte años que lo hemos dejado atrás. 


Diego A. Civilotti
Platea Magazine

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