9/10/2019 |
Programa: Turandot, de Puccini
Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu
El público del Liceu se emociona con la fusión de tecnología y lirismo
–Ya está, ya me la han hecho lesbiana –dice una señora al acabar la función–. Es lo que tiene morirse antes de acabar tu ópera, que se presta a todo tipo de interpretaciones y finales. Pobre Puccini. Lo he visto bien, ¿no? Al final Turandot ha besado a Liù en la boca.
–Pero mujer, no tiene por qué ser lesbiana. La princesa de hielo descubre el amor con una persona que se lo hace ver al sacrificar la vida por Calaf. Lo de menos es si ambas son mujeres.
–¡Cómo que es lo de menos...!
–Turandot ha vivido reprimida por el heteropatriarcado, y al final de este montaje se libera. Siente el amor libre. No por Calaf, que al final sólo la quiere poseer, sino por la mujer que ha demostrado saber amar...
–¿Cómo dices?
–...
Dos mujeres de generaciones distintas conversan por los pasillos. Sus posturas parecen por el momento irreconciliables, pero su simpática disidencia hace olvidar por un momento el ejercicio de obligada distensión de los políticos al llegar a la ópera.
Porque el Liceu acogía anoche a dos mil invitados, la clase política, la empresarial, la social y artística. Había que celebrar la inauguración de la temporada del señalado 20.º aniversario de la reapertura del teatro: dos décadas del Liceu de Tots. Pero nadie ignora que la jubilosa exaltación se produce a pocas fechas de la sentencia del procés .
En el photocall de entrada, con metros y metros de alfombra roja y la acera aún con señales de las obras de rehabilitación de la fachada, compartieron foto en un momento dado la presidenta del Congreso, Mertixell Batet, y los ministros José Guirao y María Luisa Carcedo (Cultura y Sanidad), la alcaldesa Ada Colau y, al otro lado de Salvador Alemany, presidente del Gran Teatre, la consellera Mariàngela Vilallonga y la presidenta de la Diputación, Núria Marín. El president Quim Torra llegó lo que se dice derrapando, al finalizar el pleno del Parlament.
De izquierda a derecha, Valentí Oviedo, María Luisa Carcedo, José Luis Guirao, Ada Colau, Meritxell Batet, Salvador Alemany, Mariàngela Vilallonga y Núria Marín. Quim Torra no llegó a tiempo para esta foto
De izquierda a derecha, Valentí Oviedo, María Luisa Carcedo, José Luis Guirao, Ada Colau, Meritxell Batet, Salvador Alemany, Mariàngela Vilallonga y Núria Marín. Quim Torra no llegó a tiempo para esta foto (Àlex Garcia)
El Liceu nunca ha dejado de ser el campo donde se liman asperezas y dirimen disentimientos, pero en esta ocasión y de manera orgánica, el teatro tomaba forma de espacio neutral. Hacía años que una inauguración de temporada no emanaba luz propia en el Liceu. Por parte de la Generalitat habían venido también los consellers de Interior, Miquel Buch, y de Justícia, Ester Capella. Y en segunda fila no faltó cargos intermedios, aunque causaron baja Elsa Artadi y Ernest Maragall. Ni el presidente Pedro Sánchez ni la Casa Real respondieron positivamente a la invitación del teatro, donde ayer, en todo caso, estaba garantizada la serenidad: las dos mil localidades las ocupaban invitados. Estaban presentes las grandes empresas –Abertis, Aena, Fundació Bancària La Caixa, Banc Sabadell, BBVA, Bankinter, etcétera–, algunas representadas por directores territoriales. No faltó el presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu. Entre los artistas fueron tomando asiento los miembros de Amics de les Arts, a Àlex Ollé de La Fura dels Baus, Isaki Lacuesta o Custo Dalmau. Y mucha gente de teatro, David Selvas, Pere Arquillué, Laura Aubert o Josep Maria Pou.
La producción del Gran Teatre de este siempre monumental Puccini, codirigida por el videoartista Franc Aleu y la dramaturga Susana Gómez, dio el pego en la recreación de un futurismo medieval marcado por la escenografía –con robots que se ocupan de asesinar a los sentenciados a muerte– y el vestuario lumínico de Chu Uroz, que por momentos resulta demasiado esquemático, al estilo parchís –caso de los ministros Ping Pang Pong–, pero que está lleno de reminiscencias a una estética del reciente pasado futurismo, léase el look Daft Punk.
El pueblo de la princesa de hielo vive aquí, en esta curiosa producción, sumido en una realidad virtual que alimenta la corona de Turandot, una suerte de Dama de Elche con diadema navideña... Y todo ello se soporta con las proyecciones videográficas de Aleu, que dan sentido al montaje al crear un universo fractal que hipnotiza pero no entorpece la partitura.
NUEVE MINUTOS DE APLAUSOS
Ermonela Jaho se lleva el mayor aplauso y Franc Aleu supera con nota la prueba
Nueve minutos de aplausos le dedicó el público a los artistas, Aleu y Gómez incluida. Ermonela Jaho se llevó el gato al agua con su Liù, un bombón de papel que ella borda con sus painissimi y su vis dramática. Iréne Theorin y Jorge de Leon cumplieron su cometido, y el tenor elevó la excelencia en la famosa aria Nessun dorma , con una Sinfónica del Liceu bien asida por Josep Pons.
El final, efectivamente, se resuelve acorde con la partitura: con el amor como redención. Pero no hacia Calaf, que se queda colgado de la imagen virtual de Turandot, sino hacia la yacente Liù... mientras el coro se desnuda y se libera de la irrealidad que ha estado viviendo.
Emoción y éxito en esa jornada cero de la temporada liceísta, que finalizó con copa y coca en el Foyer. Una vez en la calle se podía disfrutar de la vista de la fachada, un original de Oriol Mestres de 1874 sometida a una intervención por parte de Lluís Dilmé y Xavier Fabré, arquitectos que participaron en la restauración del Liceu tras el incendio de 1994 junto con Ignasi Solà Morales. Se percibe la iluminación integral con LED; el reloj de la fachada ha recuperado su mecanismo, y las vidrieras wagnerianas de Oleguer Junyet, de 1905, también están ya a la vista en la calle Sant Pau.