16/7/2019 |
Programa: Luisa Miller, de Verdi
Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu
Barcelona. 14/07/2019. Gran Teatre del Liceu. Verdi: Luisa Miller. Sondra Radvanovsky, Piotr Beczala, Michael Chioldi, J´Nai Bridges, Dmitry Belosselskiy, Marko Mimica, Gemma Coma-Alabert, Albert Casals. Dir. de escena: Damiano Michieletto. Dir. musical: Domingo Hindoyan.
Sin haberlo previsto como tal, lo cierto es que a Christina Scheppelmann le ha salido un cierre espléndido de su etapa artística con esta Luisa Miller de Verdi, con un cartel propio de cualquier primer teatro del mundo. La función fue un auténtico festival de voces, sobre todo gracias a la pareja protagonista que integraban la soprano Sondra Radvanovsky y el tenor Piotr Beczala, ambos en estado de gracia. Ella ofreció un generoso recital de recursos técnicos y expresivos, deleitando al respetable con una logradísima media voz, regulando su instrumento a placer, con sonidos mínimos que sin embargo llenaban el teatro con una presencia increíble. Radvanovsky consolida así una relación verdaderamente feliz con el Liceu, cuyo público le ha ovacionado ya cerradamente en partes como Aida, Norma o Maddalena di Coigny. Ojalá este vínculo tenga continuidad por muchos años; los teatros están hoy faltos de estos enamoramientos sinceros entre público y artistas. Radvanovsky, por cierto, atesora un vínculo muy especial con este rol de Luisa Miller, que fue de algún modo el que lanzó su carrera profesional allá por el año 2001, en el Metropolitan de Nueva York.
Al lado de la soprano canadiense, no quedó atrás el Rodolfo de Piotr Beczala, ideal desde todo punto de vista, como ya pudimos comprobar hace algo más de un año en Nueva York. Con un timbre bellísimo, exultante de voz, cosechó el aplauso más sonoro de la velada tras una poética e intensa recreación de su gran página en solitario, la esperada romanza "Quando le sere al placido". Más allá de ese instante, Beczala brilló a lo largo de toda la función, con un timbre que corría límpido y pleno por la amplia sala del Liceu. Su fraseo fue elegante y ardoroso a partes iguales, resolviendo con comodidad las no pocas páginas en las que esta partitura pide prácticamente una voz de tenor spinto (la cabaletta "L'ara o l'avella apprestami" o la última escena de la ópera) Lo más interesante de Beczala a día de hoy es que su canto deja la impresión de que, a pesar de la evolución de su instrumento, cantando partes como Don José o Cavaradossi, posee aun sin embargo los medios para cantar con solvencia un Edgardo, un Werther o incluso un Duque de Mantua, como antaño hacían los grandes (Gigli, Bjoerling...). Con Radvanovsky mostró además un espléndido entendimiento, tanto vocal como escénico, lo que contribuyó a redondear el caldeado ambiente de la velada.
No es fácil programar Luisa Miller, entre otras cosas porque más allá de la pareja protagonista pide otras cuatro voces de entidad (un barítono, una mezzo y dos bajos), casi como un Don Carlo. El Miller de Michel Chioldi -cuyo timbre recordaba por instantes al del gran Sherill Milnes- convenció por su solidez vocal y por su esmerado fraseo, sobre todo en la segunda mitad de la función (espléndido junto a Radvanovsky en "Andrem raminghi e poveri".) La joven mezzosoprano J´Nai Bridges, galardonada en el Concurso Viñas de 2017, resolvió también con solvencia su cometido como la Duquesa Federica. Los medios son apreciables, aunque la voz no terminaba de correr por el teatro como la de sus compañeros de reparto. Sonoro y noble el Conde Walter de Dmitry Belosselskiy, a pesar de algún exceso vociferante en su fraseo; sus medios son imponentes y quizá tiende a exhibirlos en demasía. Buena labor también del italiano Marko Mimica dándole la réplica como Wurm. Y solventes y profesionales en sus breves cometidos las voces de Gemma Coma-Alabert y Albert Casals.
Debutante en el foso del Liceu, el maestro venezolano Domingo Hindoyan -a la sazón esposo de la soprano Sonya Yoncheva, quien se encontraba en el público ayer- firmó una dirección detallada, compacta y fluida, siempre atenta a la escena y preocupada por el balance con las voces. Dejó buena impresión entre el público local y sería bueno volverle a ver al frente de la orquesta del teatro en años venideros. El conjunto sinfónico del Liceu respondió con su solvencia de los últimos tiempos, con buenas intervenciones de los solistas, como el clarinete, tan requerido en esta partitura.
Un tanto decepcionante en cambio la producción de Damiano Michieletto, de quien cabía esperar una óptica más ambiciosa. Cabe decir en su descargo que el libreto de esta ópera roza lo imposible, con una adaptación de Salvatore Cammarano que dista mucho del calado original de Kabale und Liebe (Intriga y amor) de Schiller. Michieletto juega a un discurso psicológico que no termina de resolverse con fortuna, salpicado de proyecciones desnortadas y con una dirección de actores francamente rutinaria. Procedente de la Ópera de Zúrich, no deja de ser un trabajo solvente, sí, pero poco estimulante. El propio Michieletto explica, en el programa de mano, que todo se estructura en torno a un juego de dobles (dobles parejas: dos padres, dos hijos, dos estratos sociales, etc); y de ahí la escenografía, parece obvio, pero desde un punto de vista dramático la idea se queda en la epidermis.