Los recitales de Grigory Sokolov son siempre una experiencia musical transcendente. El gran pianista ruso deja fuera de la sala todo lo superfluo y crea una atmósfera de intimidad en la que solo importa el respeto, el rigor, la esencia de las partituras que toca una y mil veces sin jamás caer en la rutina. Y el martes, en su regreso al Festival de Torroella de Montgrí, hechizó al público con un programa consagrado a Mozart y Beethoven en el Auditori Espai Ter que, gracias a la maravillosa acústica, permitió disfrutar lo más ricos matices de su arte pianístico.
Más allá de la liturgia de sus recitales — el escenario debe permanecer en una semipenumbra que favorece la concentración—, lo que marca la diferencia en cada actuación de Sokolov es la calidad del piano y las condiciones acústicas de la sala. Cuando debutó en Torroella, en 2011, tuvo en contra la difusa acústica de la iglesia de San Genís; en su regreso, la experiencia melómana ha sido mucho más feliz y reveladora.
Probablemente no existe en Cataluña un auditorio de acústica tan clara, transparente y bien proyectada como el de la pequeña y melómana localidad ampurdanesa. Y, aunque el programa era el mismo que pasea esta temporada por todo el mundo —su gira ha incluido citas memorables en el Palau de la Música Catalana y el Auditorio Nacional de Madrid— parecía un mundo sonoro nuevo, con detalles de una sutileza extraordinaria que llegaban al público con pasmosa nitidez.
Pianista de culto, Sokolov dedicó a Mozart la primera parte tocando tres partituras encadenadas, sin pausa alguna: las Sonatas KV 545 y 457, situando la Fantasia KV 475 en el centro de un relato elegante y sutil, ensimismado, de tempi morosos y refinada belleza sonora.
Beethoven reinó en la segunda parte; en ese terreno el artista ruso tiene hoy en día pocos rivales. Podemos hablar de fantasía, amplitud y riqueza de la paleta dinámica, tensión dramática sostenida sin violencias; solo un pianista sabio es capaz de unir, sin fisuras, la Sonata núm. 27, Op. 99 y la visionaria Sonata núm. 32, Op. 111 en un relato de colosales dimensiones que reveló los hallazgos de una escritura pianística siempre por delante de su tiempo.
El arte de Sokolov, en estado puro, dejó al público con la boca abierta y la velada, iniciada a las 22.30 horas del martes, se cerró dos horas y media después, al día siguiente, en un clima de entusiasmo; ya era tarde, pero aún pudimos disfrutar tres piezas de Schubert, Chopin y Rameau como mágicas propinas.