El tenor mexicano Javier Camarena, bien conocido en el Liceo de Barcelona por sus anteriores apariciones en dos títulos donizettianos, debutaba el rol del Duque de Mantua. Se trata de un repertorio más lírico del suyo habitual, con el que ha venido obteniendo éxito tras éxito en los últimos años tanto en Europa como en México o en Estados Unidos, donde mantiene una gran relación con la Metropolitan Opera de Nueva York. El de Barcelona fue un debut con el que demostró su capacidad interpretativa, su excelente línea de canto y unos agudos de gran calidad, sin forzar, y obtuvo un destacado triunfo personal en un personaje que deberá ir trabajando y asentando, sobre todo en el registro grave y central.
El protagonista de la ópera y de la velada fue el barítono Carlos Álvarez en un momento de su carrera simplemente extraordinario: el malagueño consiguió emocionar al público con su noble y destacado timbre verdiano a pesar de la producción, que, aunque interesante, dejaba con su minimalismo completamente desamparados a los intérpretes, que obtuvieron el reconocimiento de los presentes gracias a su excelente trabajo. La escenografía, estresante e incómoda desde el primer cuadro por su exagerada pendiente, consiguió sin embargo un efecto visual destacado, y poco a poco se fue mostrando su ductilidad para crear los diferentes ambientes de la trama, aunque los artistas se sitúen en muchas ocasiones en unos espacios de gran inclinación o altura. Especialmente vivió esa situación Desirée Rancatore, que tuvo que cantar sobre unas muy altas y estrechas escaleras que representaban el punto de encuentro entre su madre en el cielo y un padre, el bufón Rigoletto, más cercano a los abismos del infierno. Una destacada actuación la de la soprano en un papel que ha interpretado por medio mundo, demostrando su capacidad para cantar este difícil y bello papel con eficacia; su expresiva voz no sonó todo lo fresca que se esperaba, pero obtuvo un gran reconocimiento por parte del público que llenaba el coliseo. Muy solvente la participación de Ante Jerkunica como Sparafucile, la elegante Maddalena de Ketevan Kemoklidze y el resto del reparto, a pesar de un algo justo Monterone de Gianfranco Montresor.
Muy conjuntada e interesante la cuidada dirección musical de Riccardo Frizza, centrado en arropar al destacado reparto y en sacar el máximo partido de esta excelente partitura. El Coro del Liceo se lució en una ópera en la que alcanza un gran protagonismo acentuado en este caso por una puesta en escena en que tiene gran relevancia.