Compuesta para París inmediatamente después de la gran trilogía es la menos representada de las posteriores a ella. Su larga duración, así como sus exigencias vocales, han influido en ello. María Callas, Boris Christoff y Erich Kleiber la rescataron en una histórica producción en Florencia (1951). Hay óperas que uno guarda en el recuerdo por alguna razón especial y son inolvidables las representaciones en el Liceo de 1975. El empresario Pamias, que siempre fue un adelantado, contrató a una mujer, Eva Queler, para dirigir la orquesta en un reparto de lo mejor en la época. Tras muchas tensiones en los ensayos hubo un enfrentamiento enorme en la primera función entre tenor y soprano, que terminó con aquél llamando «hdp» a ésta. Fue la ruptura en una relación de años.
El responsable del Palacio de las Artes diseñó esta producción para Turín, aunque después haya viajado a Bilbao y a otras capitales. Es posible que en Turín tuviera sentido trasladar la acción original de los hechos históricos de 1282 a la Italia de los años 70, con la mafia actuando y volando los coches de los jueces Falcone y Borsallino, hecho que en Valencia hoy pocos recordarán. Estas trasposiciones de sucesos reales no suelen resultar, máxime cuando los textos hablan de espadas y no de pistolas y no es posible imaginar a Procida tomando un micrófono para celebrar una rueda de prensa. Hubo el acierto de eliminar el ballet y dejar un descanso, pues se trata de una ópera larga e irregular, con momentos interesantes, pero con otros banales, como parte del último acto, resaltado escénicamente en plan «kitsch». La escena final en el parlamento italiano, con el artículo 1º de su constitución como fondo, resulta gratuita. Dirigió Roberto Abbado, pero no puede decirse que haya sido una de las veces en las que la orquesta haya sonado mejor. La tendencia a favorecer en el balance a percusión y metales hizo que se echasen de menos muchas frases de la cuerda, en especial en los dos dúos entre tenor y barítono. Muy bien el coro. Gregory Kunde fue también Arrigo en Turín. Es uno de los papeles más difíciles de Verdi por moverse sin reposo en tesitura entre el paso y la alta, pero Kunden mantiene el tipo a pesar de los falsetes en unas notas cercano el final –«addio»– de las que mejor sería prescindir. Maribel Ortega, en comprometida sustitución, hizo lo que pudo con la extensión de la escritura de Elena. Correcta la primera parte del «Arrigo, ah parlati a un core» y defectuosas las escalas, agudos destemplados y graves inaudibles. El bolero, de puntillas. Muy sólido el Monforte de Juan Jesús Rodríguez, luciendo su atractivo timbre verdiano. Sería el amo en su cuerda si lograse medias voces. Interesante una vez más la voz de Alexander Vinodarov, a quien se presenta no como el bajo barbudo vengativo, sino como un joven exaltado. Había claros notables en la sala a pesar de tratarse de un Verdi y de una inauguración de temporada, pero los asistentes mostraron su satisfacción, con generosidad en el aplauso, durante y al final de la representación. Con «Traviata» volverán los llenos.