La gran apuesta lírica de este 30 aniversario del Festival Castillo de Peralada era esta nueva producción de la ópera póstuma de Giaccomo Puccini con dirección de escena de Mario Gas y escenografía de Paco Azorín. Recrear la milenaria corte del emperador Altoum y la princesa Turandot con lo que supone de número de personajes y coros en un escenario tan grande, además de la complejidad añadida del vestuario y maquillaje orientales, siempre es un verdadero reto, que en esta ocasión tuvo un resultado satisfactorio. Mario Gas se centró en una visión de la obra de Puccini muy intimista y cercana, con gran protagonismo de la princesa de hielo y del emperador, así como de sus tres ministros y el entorno del príncipe Calaf. Todo ello gracias a una escenografía de Paco Azorín basada en una gran estructura de madera que iba girando a conveniencia, además de suplir los conjuntos de masas entre el pueblo chino y los numerosos funcionarios del imperio con la calidad canora del Coro Intermezzo siempre situado en gran cercanía a la boca del escenario. Vestuario de época milenaria para todos excepto para los tres ministros Ping, Pang y Pong, quienes lucían esmoquin bajo las túnicas orientales en clara referencia al final de la ópera compuesta por Franco Alfano, que se ofreció –tras una breve pausa en la que se anunció la anécdota del estreno mundial en la Scala con Arturo Toscanini abandonando el foso del teatro tras la escena de la muerte de Liú, en 1926– con todos los personajes y coros vestidos de esmoquin como si de una versión de concierto se tratase. Además de enfatizar la desesperación de los ministros chinos que se drogan en escena mientras se lamentan por el periodo incierto de la China que les ha tocado vivir bajo el despotismo de Turandot. Giampaolo Bisanti dirigió con autoridad y precisión en una lectura bastante vistosa de la obra pucciniana. La Turandot de Irene Theorin destacó por la suficiencia de su proyección canora y la gran presencia escénica del personaje. Por su parte, Roberto Aronica fue un Calaf de buenos medios vocales y penetrantes agudos aunque frío y algo distante en su interpretación. Muy destacada resultó, en cambio, la cálida y musical Liú de María Kazarava y bastante cuidado el resto del reparto: desde el eficiente y bello timbre grave del Timur del joven Andrea Mastroni al destacado Altoum de Josep Fadó y los tres divertidos y eficientes ministros imperiales, muy curtidos en las temporadas del Liceo de Barcelona. Excelente se antojó el Coro Intermezzo formado por un plantel de jóvenes muy bien coordinados por su director para la ocasión, Enrique Rueda, así como el afinado y musical coro infantil, que quedó a cargo de Josep Vila. Una escenografía eficaz y una dirección de escena un punto errática, pero solvente, hicieron las delicias de una gran velada lírica, apoyada por un correcto vestuario e iluminación, que finalizó entre grandes aplausos a los principales intérpretes ya bien entrada la madrugada.