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CRÍTICA

'Madama Butterfly' a Perelada

Cristina Gallardo-Domâs enamora con su Butterfly

4/8/2004 |

 

La emoción pucciniana seguirá cautivando al público mientras existan grandes voces. Cien años después de su estreno, la ópera Madama Butterfly subió anteanoche al escenario del Festival de Peralada (Girona), en un montaje con la personal firma de Lindsay Kemp, y no pasó nada relevante hasta que apareció en escena la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs. El calor apretaba en el inmenso auditorio al aire libre de Peralada -lleno absoluto, con 1.800 espectadores sedientos de ópera- y el ruido de los abanicos masivamente distribuidos no cesó hasta la prodigiosa entrada de Cio-Cio San: la calidad vocal y la sensibilidad de Cristina Gallardo-Domâs enamoró al instante a un público que disfrutó de lo lindo con su extraordinaria actuación.

La sencillez escénica le sienta bien a una ópera que disfraza con exotismo oriental un pasional sentido del melodrama italiano. La propuesta visual de Lindsay Kemp -el mar infinito frente a la casa de Butterfly, símbolo de libertad y de muerte- intenta traducir el simbolismo musical de la refinada partitura con recursos sencillos y directos: sólo lo logra en algunas escenas, cuando el poder evocador de las imágenes permite olvidar la cursilería, los tópicos y la carga lacrimógena que el coreógrafo y director de escena británico sirve a granel.

Fiel a su estética teatral, Kemp mueve coreográficamente a los personajes y los paraliza en busca de imágenes poéticas. Es un recurso tan trasnochado como el delirante vestuario, de colores chillones, y los cargantes movimientos -entre la fiel Suzuki, los criados, las amigas y los familiares de Butterfly, la escena parece una fiesta poblada de zombies- que envuelven las emociones puccinianas en una banal estética oriental de todo a cien.

Sin cargar las tintas sentimentales, la dirección musical de Marco Armiliato dejó respirar a los cantantes con naturalidad, con la belleza melódica de Puccini como hilo conductor de la refinada orquestación. Sin morosidades ni excesos, buscó el equilibrio y obtuvo una buena respuesta de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, poco habituada a los fosos operísticos. Cristina Gallardo-Domâs es una diva de las de antes: su interpretación de la más sentimental de las heroínas puccinianas es vocalmente impresionante, aunque como actriz se mueve en terrenos más convencionales y previsibles. Lo excepcional es su retrato vocal de Cio-Cio San, de colores, acentos y matices exquisitos, con una voz de gran belleza que adquiere fuerza dramática sin forzar su identidad lírica. Fue la triunfadora indiscutible de la velada y el público la aplaudió a rabiar. A su lado, el tenor Roberto Aronica apenas dejó huella en el papel de Pinkerton: es un tenor solvente, aunque de canto poco efusivo, que estuvo más brillante en el tercer acto que en el célebre y apasionado dúo que cierra gloriosamente el primer acto. Mejor de carácter que de voz, Antonio Salvadori sustituyó al anunciado Giorgio Zancanaro con aplomo y muchas tablas.

La sensible y musical Suzuki de Claudia Marchi y el sonoro y bien dibujado Goro de Eduardo Santamaría destacaron en un amplio e irregular reparto en el que se agradeció el rigor de Mireia Casas (Kate Pinkerton) y Joan Martín-Royo (Comisario imperial). La buena labor del coro Lieder Camera, cada vez más flexible y eficaz en sus cometidos escénicos, fue otro de los aciertos del montaje, una coproducción del Palacio de Festivales de Cantabria y el Gran Teatro de Córdoba estrenada en 2002 que, con cambios en el reparto, viajará a Madrid tras las funciones en Peralada.

Javier Pérez Senz
El País

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