Sin pasión es imperdonable
Uno de los proyectos dignos de orgullo del país es sin duda, el de la Joven Orquesta Nacional de Cataluña (JONC), aunque no suela recibir la difusión y la atención que merece. Y merece mucha, no sólo por el excelente trabajo de su director artístico Manel Valdivieso –como anteriormente lo hiciera Josep Pons desde su nacimiento–, sino porque se trata de una piedra de toque de la futura salud musical del país. Y esto es algo que todavía a muchos les cuesta entender, pero si un día nos faltara, tendríamos un problema muy serio.
Una de sus actividades centrales es la colaboración con orquestas profesionales, una oportunidad única para sus integrantes. Así lo fue el reciente viaje de catorce miembros de la JONC a Alemania para participar en un programa con la Segunda de Mahler junto a la Mahler Chamber Orchestra dirigida por Daniel Harding. Se trata de una propuesta pedagógica esencial para un intérprete, pero al mismo tiempo es una orquesta que da muy buenos resultados y contagia el músculo y el entusiasmo con el que tocan. En este caso, tras su colaboración para el Concurso de piano Maria Canals, presentaron en su 72 Encuentro su colaboración con bandArt, una peculiar orquesta fundada en el Festival de Lucerna en 2005 y liderada por el concertino serbio Gordan Nikolic con un dimensión principalmente educativa y social que cuenta con músicos de formaciones sinfónicas de distintos países. Se trata de una formación autogestionada que ha recibido apoyo privado de algunas fundaciones.
Tocando de pie y con la guía de Nikolic como concertino, el programa se abrió con una suite de Pulcinella de factura enérgica, con pocos desajustes en los metales pero en general resueltos. El agudo neoclasicismo de entreguerras que late en el ballet de Stravinsky estrenado en 1920 y en la posterior suite aquí interpretada exige claridad en texturas y voces, y en la mayor parte de los números ello se logró. El manifiesto equilibrio en varios movimientos (en particular en la “sinfonía”, la “serenata” y la “toccata”, con buen empaste entre vientos y cuerdas) permitió comprobar el buen nivel de los solistas, como sucedió en el “Vivo” donde se pudo escuchar un diálogo preciso y con personalidad entre trombón y contrabajo.
La complicidad e implicación entre los miembros (con algunas rotaciones entre la primera y la segunda parte) fue aún mayor en la Heroica, con una cuerda de sonido enérgico y compacto, pese a los desafíos que planteó la partitura, particularmente en la Marcha fúnebre, con pasajes delicados que seguro que con más días de trabajo hubieran alcanzado mayor precisión. Algunas imprecisiones de las maderas en el Finale son perfectamente excusables teniendo en cuenta no sólo el reto que presentaba, sino los días de ensayo y el hecho de que rindieron a un alto nivel durante toda la obra. De todas formas, la orquesta, esta vez con un refuerzo de los profesores de bandArt por cada sección, logró una Heroica que nunca desfalleció ni languideció, al contrario de lo que he podido escuchar tantas otras veces en orquestas profesionales.
Si al principio decía que la JONC es una piedra de toque de la futura salud musical del país, podemos decir que la suya es muy buena aunque tanto la de instituciones como la de la sociedad siga siendo la de un moribundo sin señales de recuperación. Ellos no renuncian a mirar al futuro aunque este sea cada vez más incierto, y encarnan aquella frase atribuida a Beethoven por un discípulo, que llena todas las publicaciones de Facebook sin que nadie le haga caso, de que tocar sin pasión es imperdonable. Muchos músicos que convierten este arte de la música –el más fascinante e impenetrable– en una tarea funcionarial, deberían tomar nota de las lecciones que acostumbra a ofrecer la JONC a un precio módico. Por no decir de los inefables ministros y consellers que apenas saben distinguir Verdi de Monteverdi y sólo se dignan a hablar de la música cuando viene la estrella de turno, o se refieren a su papel en la educación como una de esas “asignaturas que distraen”.