“Es una aventura de vida en todos los sentidos: para Wagner, para nosotros... un viaje que sólo a nivel de composición abarca 40 años en los que el compositor logra condensar el lenguaje de forma extraordinaria”, apunta el maestro Pons. Cuatro décadas con un intervalo de doce años en los que Wagner aparca a Siegfried y compone ‘ Los maestros cantores de Nüremberg ’ o ‘ Tristán e Isolda ’.
“Cuando retoma el ciclo después de esta pausa, Wagner ha cambiado totalmente el lenguaje: al inicio las resonancias de Beethoven son continuas, e incluso de Mendelssohn, a quien detestaba; hay una influencia directa del primer romanticismo o incluso del mundo del oratorio. Mientras que aquí todo eso se ha desvanecido: la orquesta y la instrumentación son mucho más exuberantes; ha hecho una desarrollo armónico a los largo del siglo XIX con una constante modulación en la tonalidad, va de un extremo al otros sin que nos demos cuentas. Ha llegado a tal condensación que no necesita ni exponer el leit motive entero para situarte, con una pincelada ya sabemos que va de valkiria, o un solo color de las trompas con sordina ya apunta que va del ángel…”
Por mor de dibujar un mundo decadente, que se hunde y se pudre, Robert Carsen ha establecido una conexión entre la arquitectura grandilocuente de Speer, que ahora entendemos perversa, y el mundo que recrea Wagner en su ‘ Ocaso ’. Si en entregas anteriores de la producción eso se hacía evidente en el Valhalla, la morada de los dioses, ahora es el despacho del propio Hagen el que evoca al que el arquitecto construyó para Hitler. “Me parece una puesta en escena excepcional, solo tengo un pero –advierte Pons-, y es que la inmensidad que se quiere recrear no es aconsejable para la buena recepción de las voces”. De ahí que toda la escena se haya adelantado unos metros hacia la boca del escenario.
Una soprano en estado de gracia
Iréne Theorin alaba la peluca que el equipo de vestuario del Liceu le tiene reservada para su papel de Brünnhilde. “Es la mejor peluca que jamás he tenido, mira su textura, su manera de encajar”, dice acariciándola. “La echaba de menos”. La soprano sueca regresa al Liceu como la heroína wagneriana para ofrecer ese largo monólogo de veinte minutos que tiene al final su personaje en el ‘Ocaso de los dioses’. “Sé que tengo algo enorme por delante pero me encanta afrontarlo”, dice. “Cuando hago solo la ‘ Valkiria ’ la obra sencillamente acaba, pero yo no saco ninguna conclusión, ni musical ni como personaje; y en ‘Siegfried’, bueno, es una larga historia de amor. Pero cuando llega ‘Götterdämmerung’ tienes ahí la conclusión de todo lo sucedido. Es un regalo poder repasar en 20 minutos toda la historia, reconstruirla. Y la verdad es que me siento muy relajada porque sé exactamente lo que tengo que hacer, como personaje no hay camino de vuelta, está todo clarísimo, no hay dudas ni cosas en el subconsciente: al final todo queda claro”. “Y ¿sabe una cosa? Esa claridad afecta a mi manera de cantar, porque estoy más abierta”, concluye la soprano aclamada en Bayreuth.