Hacia años que un estreno en el Liceo no se saldaba con unos aplausos tan esmirriados y para salir del paso. Hasta el abucheo, que también lo hubo, fue enclenque. Lo que sucedió fue mucho peor que un sonoro y estrepitoso fracaso, fue el triunfo del aburrimiento y el tedio, lo peor que puede ocurrir en un escenario. Pequeño y triste musicalmente, equivocado escénica y dramáticamente, Otello regresó con mal pie al escenario del Liceo tras diez años de ausencia.
Los presagios eran malos, diezmado por la cancelaciones en los papeles principales, no se esperaba mucho en el apartado vocal y musical, pero se esperaba más. José Cura, mas de veinte años estrangulando Desdémonas -las últimas del Liceo ya las estranguló él- tuvo dificultades para aguantar vocalmente un papel de altísima exigencia, el tenor argentino conserva bastante bien el "squillo" en la zona alta, pero ese brillo fulgurante en el agudo apenas puede paliar las carencias en el registro medio con acusada perdida de potencia, un timbre opaco y feos engolamientos. Cura, además, fraseaba por libre sin conjuntar suficientemente ni con los otros personajes ni con la orquesta.
Marco Vratogna tampoco fue un buen Jago. Su personaje, de una maldad fundamental, absoluta, inmaculada, es un ser melifluo, insinuante, refinadamente perverso: un príncipe del mal. Vratogna tendió a gritar el personaje y la torpe dirección escénica acabó convirtiéndolo en un lamentable chulo barriobajero.
Ermonela Jaho, si cumplió bastante con las exigencias del papel de Desdémona, faltó registro grave, poder vocal y drama en las violentas escenas con Otello, pero su voz lírica resultó adecuada en su gran escena final resuelta con bellos apianamientos. Su actuación mereció los únicos aplausos cálidos.
Bien Vicenç Esteve Madrid como Roderigo y absolutamente insuficiente Alexey Dolgov como Cassio. El coro, obligado a cantar en una ubicación escénica aberrante que impedía que los cantantes se escucharan entre sí, tendió a desgañitarse en algunos momentos pero cumplió. Cumplió también, sin más, la orquesta en manos de Philippe Auguin, debutante en el teatro, que obtuvo hermosos detalles de calidad en la escena final.
Otello, la gran ópera sobre el drama de los celos, es una ópera de personajes, de conflicto entre individuos, convertirla en un drama coral y social que es lo que propone la producción de la Deutsche Oper de Berlín con dirección escénica de Andreas Kriegenburg y escenografía de Harald Thor, es un despropósito y situarla en un campo de refugiados, con Otello y sus oficiales como controladores del campo, además de un despropósito es un lamentable oportunismo.
Con todo el mundo permanentemente en el escenario, las escenas en que Jago manipula al resto de personajes dejan de funcionar y quedan ridículas, se altera además la relación entre los personajes y se fuerza el texto hasta la incoherencia. Visualmente el inicio con siete pisos de literas que albergan, apretujados, a los refugiados (el coro) es potente, pero pronto agota su fuerza y todo aquel montón de gente acaban estorbando el buen funcionamiento teatral y vocalmente la disposición es fatal para el coro.
Mal cantado y peor escenificado, Otello, la obra maestra de Verdi, sobre libreto -otra obra maestra- de Arrigo Boito, basado en la obra maestra de Shakespeare, naufragó torpemente en su regresó al Liceo. No es fácil arruinar tres obras maestras, pero en esta ocasión se consiguió.