1714. Món de guerres
Una innovadora aventura operística
25/7/2004 |
El Festival de Peralada (Girona) vivió anteanoche el singular estreno de 1714. Món de guerres, una ópera concebida y dirigida musicalmente por Josep Vicent, con libreto de Albert Mestres, que explora nuevos caminos en un insólito trabajo colectivo firmado por siete compositores. La energía comunicativa de Vicent salvó los escollos de un montaje irregular, con sugerentes ideas musicales que perdieron buena parte de su impacto a causa de una fallida realización teatral. El espectáculo es una coproducción del Festival de Peralada, el Fórum de Barcelona, el Institut Valencià de la Música y la Fundación Pablo Sarasate de Pamplona.
El recuerdo a dos mitos de la danza y la música desaparecidos esta semana, Antonio Gades y Carlos Kleiber, con el público en pie guardando un minuto de silencio, fue el emocionante preludio a una noche de estreno en la que Josep Vicent derrochó convicción y entusiasmo a la hora de defender desde el foso el trabajo colectivo que define el espíritu renovador de la nueva obra.
La cita con la creación contemporánea, en una loable propuesta que merece encendidos aplausos, reunió en el auditorio ampurdanés a 950 espectadores, cifra facilitada por los responsables del festival que incluye una generosa porción de invitaciones. Hubo más curiosidad que entusiasmo en la respuesta del público, que al final premió con bravos y aplausos el derroche de energía creadora de un entusiasta equipo liderado musicalmente con gran talento por Vicent.
Lo mejor de 1714. Món de guerres es su condición de viaje en común que diluye el ego de cada compositor en un trabajo colectivo que aspira, con humildad, a revitalizar la expresión operística. Lo consigue, pero sólo a ráfagas. Las debilidades nacen del libreto, un mosaico de 12 escenas repartidas en cuatro actos a las que han puesto música, en una ecléctica suma de estéticas, Joan Enric Canet, Ximo Cano, Carles Dènia, Josep Maria Mestres Quadreny, Ramón Ramos, Rafael Reina y Josep Vicent, que sostiene la narración con una gran fuerza rítmica.
Aunque el título de la obra y varios diálogos tienen claro referente a la historia de Cataluña -la guerra de Sucesión española, que para los catalanes acabó con la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714-, no es una ópera histórica. Albert Mestres habla de todas las guerras desde el bando de las víctimas, sean de Barcelona en 1714 o de Irak en 2004, en un crudo paisaje del horror que flaquea teatralmente por un texto epidérmico que no deja levantar vuelo a los personajes y por una dirección escénica, de Ramón Simó, realizada con precarios recursos.
Sin alma teatral
La emoción brota a ráfagas en la música mientras los personajes desfilan por el escenario soltando tacos a diestro y siniestro. Ni un buen actor, como Manel Barceló, ni un buen cantante, como Pau Bordas, pueden sacar más partido de unos personajes protagonistas sin alma teatral: el cantaor y compositor Carles Denia, en cambio, tiene espacio para transmitir emociones en su única escena, iniciada con el desgarro del martinete y coronada por una alegría con un acompañamiento orquestal que remite al teatro flamenco y posee curiosas inflexiones jazzísticas.
La fuerza del montaje, bien amplificado, está en los contrastes musicales, desde las técnicas de vanguardia a los remansos líricos y los opulentos pasajes sinfónicos que remiten a clásicos del siglo XX como Prokófiev, Bartok, Stravinski o Shostakóvich. Muy convencional el movimiento escénico y el uso de imágenes proyectadas en un espacio más adecuado para el concierto semiescenificado que para la representación operística.
Cumplieron con entrega y disciplina las voces del Cor de la Generalitat Valenciana y la Orquesta Pablo Sarasate de Pamplona, pero quienes en verdad rindieron a un nivel excepcional fueron los miembros del conjunto The Amsterdam Percussion Group desplegando un virtuosismo y una riqueza sonora sorprendentes. La aparición de personajes célebres, Rousseau, el marques de Sade o Beccaria, prometía sobre el papel. Escenas provocativas, como una felación simulada mientras Sade da de comer una manzana, logran su efecto, pero no enmiendan ni la debilidad del libreto ni la precariedad de medios escénicos.
Javier Pérez Senz
El País