1/8/2015 |
El pasado domingo se apuntaba un nuevo éxito personal dando vida a Lohengrin en el Festival de Bayreuth y, antes de regresar al mítico templo wagneriano para volver a interpretar su rol fetiche en el montaje dirigido por Alain Altinoglu - tiene cuatro funciones programadas del 4 al 27 de agosto- el tenor alemán Klaus Florian Vogt vivió el viernes por la noche un plácido debut en el Festival Castell de Peralada. Comparado con la tensión que genera actuar en un escenario tan significativo como Bayreuth, el bautismo en Peralada transcurrió en una atmósfera relajada e intimista que le permitió lucir sus hermosos medios líricos en una velada en la preciosa iglesia del Carme con el pianista Jobst Schneiderat como fiel acompañante.
Vogt comenzó con una selección con cinco lieder de uno de los más deliciosos ciclos de Franz Schubert, La bella molinera; también dedicó al mundo del lied el inicio de la segunda parte del concierto, interpretando dos canciones de Johannes Brahms. Pese a la idoneidad de sus medios para este repertorio, el resultado no pasó de la simple corrección, tanto en cuestión de matices como en el acompañamiento pianístico.
Sabiendo que a Peralada acude habitualmente un público amante de la ópera, el tenor alemán consagró el resto del programa a su mejor repertorio. Tiene la voz y el color ideal de Tamino, así que bordó su aria de La flauta mágica, de Mozart; y subió el listón de calidad interpretativa en sus dos incursiones en el repertorio wagneriano, regalando matices de extraordinaria delicadeza en Winterstürme, de La walkyria, e In fernem Land, de Lohengrin.
Wagner fue lo mejor del concierto. La iglesia del Carme, que estrenaba nuevas y cómodas butacas, invita a disfrutar el canto de cerca y la proximidad con el cantante permite saborear todos los matices. Y, claro, escuchar a Lohengrin tan cerca, es todo un privilegio que Peralada brinda a su público.
En la segunda parte, Klaus Florian Vogt dio máximo protagonismo a un repertorio que adoran todos los tenores líricos del área germánica: la gran opereta vienesa. Con la sombra de Richard Tauber flotando en el ambiente, cantó con elegancia y dominio del estilo una popular canción de Hans May y dio lo mejor de sí mismo en las conocidas arias de Franz Lehár (Friederike y Der Zarewitsch) y Gräfin Mariza, de Emmerich Kalman (Gräfin Maritza). Dejó para el final otras dos inspiradas páginas de Lehár pertenecientes a El país de las sonrisas, una de sus más ambiciosas operetas.
Aunque el concierto duró poco - apenas estuvo una hora en el escenario- solo ofreció dos propinas, entre ellas la conocidísima Maria de West Side Story, donde, curiosamente, brilló menos de lo esperado. Quizá por temperamento, Vogt se muestra más bien frío cuando lo que se espera en este repertorio es un punto de arrebato y más calor lírico. Definitivamente, Lohengrin se relajó en la noche ampurdanesa, una noche que, por cierto, acabó pasada por agua con una fuerte tormenta.