Por fin se celebró en el Palau de la Música el aplazado concierto de Anna Netrebko, como se avanzó que se celebrará en junio el también aplazado de Jonas Kaufmann. El ambiente que se percibía era igual que el de las grandes ocasiones, con público llegado hasta de fuera de España para escuchar a la gran diva del momento. Otra de las grandes, Joyce DiDonato, vela armas en la ciudad para «Maria Estuardo». ¿Está justificada tanta expectación preeliminar y tanto éxito final? La verdad es que sí, aunque existan matices.
De entrada, el programa de la noche era para dejar marca. Tras la consabida obertura de «Forza del destino», se abría sorprendentemente con la página quizá más difícil de toda la velada: el recitativo, aria y cabaleta iniciales de lady Macbeth. Y, en frío, Netrebko conquistó la sala con su fraseo limpio e incisivo, lleno de intensidad dramática, su voz poderosa, rica y homogénea, su inteligencia para resolver los graves que no posee y un apabullante dominio técnico en las coloraturas. No hay otra igual hoy día, quizá la única a la altura de las grandes del pasado. Quién iba a saber que aquella Natasha de «Guerra y paz», casi desnutrida, que cantó en el Teatro Real en 2001 bajo dirección de Gergiev, o incluso, la más tardía apodada «El ruiseñor de San Petersburgo», se iba a convertir en esta Lady Macbeth del presente. Vinieron luego el aria y cabaleta del acto I de «Trovatore», «In quelle trine morbide» de «Manon Lescaut», «La mamma morta» de «Andrea Chenier», «Io son l’umile ancella» de «Adriana Lecouvreur» y sendos dúos de «Otello» y «Manon Lescaut» junto al tenor Yusif Eyvazov, su actual pareja. Las aclamaciones fueron escalando en intensidad para desbordarse en la página de Giordano. Me refería al inicio con alabanzas a los matices de su voz, pero no hay nada que objetar y sí mucho que alabar a los trinos en la cabaleta de «Trovatore», tan a menudo pasados por alto, o a la entrega del citado Giordano. Quizá la gran baza de la actual Netrebko es el amplio repertorio que puede abordar con garantías plenas. Otra cosa es que en «La mamma morta» no alcance la morbidez de una Tebaldi o no sea capaz de los fiatos y filados de Caballé en «Io son l’umile ancella», por recordar dos voces que en su día escuché en este mismo Palau. Pero ninguna de ellas cantó «Macbeth» o «Lucia» en los escenarios.
La artista es muy libre de meter en su cama a quien le plazca, pero otra cosa es traerlo al escenario, besuquearle y gritarle «¡Bravo!» tras uno de los más toscos «Nessun dorma» que uno haya escuchado en la vida, por muchos aplausos que arrancara al entregado público. Eyvazov presume de haber estudiado con Corelli, pero desde luego no aprendió a apianar y filar. Los dúos se salvaron porque ella cumplió con su parte. Los cantantes estuvieron acompañados por la entregada pero discreta Orquesta Sinfónica del Vallés, que dirigió el maestro Massimo Zanetti, cuyo apellido me recuerda que nuestro querido pianista Miguel Zanetti, que cumpliría setenta y nueve años por estas fechas.