Un brillante Mozart al desnudo, despojado de ropajes románticos y mirando al «ur text», fue el que propuso René Jacobs en la espectacular lectura de «La flauta mágica», que Palau 100 ofreció a sus abonados el viernes en el barcelonés Palau de la Música Catalana: esculpida hasta la última nota por la mano maestra de Jacobs, el belga regaló una versión personalísima sobre la base de sus acostumbrados criterios historicistas, consiguiendo de la inmaculada Akademie für Alte Musik Berlin y del RIAS Kammerchor sonidos de ensueño pero a la vez muy terrenales por lo teatrales. En su estilo, con «tempi» dramáticamente contrastados y utilizando la agógica y multiplicidad de efectos con sentido netamente teatral, el maestro propuso los recitativos en su totalidad, una rareza que se agradece de rodillas permitiendo así adentrarse en el libreto de Schikaneder en toda su complejidad y belleza, acompañando muchas veces a dichos recitativos con melodías como si fueran «Leitmotiven»... Impresionante, tanto como esas Drei Damen gloriosas que dibujaron Inga Kalna, Anna Grevelius e Isabelle Druet, seguramente de las mejores de la historia de la música (y sin exagerar)...
Jacobs apostó por dejar a los solistas que hicieran suyos a los personajes ornamentando los «ad libitum» ante una orquesta de poco más de 40 músicos, con fortepiano, bronces sin pistones, timbales arcaicos, con una virtuosa intérprete en la percusión, un elemento que resultó fundamental en la dramaturgia planteada. Además de las excelsas Damas antes citadas, el Papageno de Daniel Schmutzhard se ganó al público no solo por su simpatía y convincente actuación, sino por contar con la voz idónea para defender el personaje en un teatro, aspecto que no se pudo apreciar en varios miembros del reparto: ¿Por qué Jacobs se la juega por cantantes con puntos de absoluta genialidad y adecuada «physique du rôle», pero que, en otros casos, no llegan al sobreagudo, al grave extremo o calan notas pudiendo tener a su disposición lo mejor del mercado?