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CRÍTICA

Regreso al orden

22/12/2011 |

 

Programa: LINDA DI CHAMOUNIX. De Donizetti. Interpretes: J. D. Flórez, D. Damrau... Orquesta y Coro del Liceo. Dirección escénica: E. Sagi. Dirección musical: M. Armiliato

Lloc i dia:Liceu

Se diría que el Liceo saca a Linda di Chamounix cuando necesita hacerse perdonar excesos y reafirmar su carácter de teatro de voces de toda la vida. La última vez que se ofreció el título donizettiano, en 1999, en versión de concierto, fue tras la transgresora, apabullante, bellísima versión de la Alcina de Haendel dirigida por Herbert Wernicke en el Teatre Nacional. Ahora ha sucedido en el cartel al exitoso Gran macabro de Ligeti, con puesta en escena de La Fura dels Baus. Después de la osadía, el regreso al orden natural de las cosas. Esto conlleva una evidente falta de riesgo, pero hay que convenir que arrellanarse en el sillón y no tener orejas más que para el canto, sin atender a otras cuestiones, no deja de tener su punto relajante y amable. El público lo agradeció sobremanera.

Despachemos en primer lugar la puesta en escena. Lo dicho, sin sobresaltos. Sagi no se complica la vida, se muestra elegante en todo momento, y ya está: sabe que quien acude a disfrutar de esta obra no lo hace precisamente por la historia que narra, absurda donde las haya y eternamente mal colocada entre el drama y la comedia bufa. En su estreno vienés, de 1842, Donizetti quiso contentar a unos y otros y se salió con la suya, visto el éxito que le reportó la obra, pero la sentencia del tiempo ha sido inapelable: esa mezcla de pasión amorosa y contratos de alquiler con puntas de comicidad confiadas a un personaje hoy no dice nada a nadie.

El quid está en abandonarse a la melodía desde el primer momento, dejarse llevar por sus seductoras sendas sin interrogarse demasiado por su naturaleza (pues de hacerlo pronto descubriríamos las trampas: por ejemplo, los ñoños motivos montañeses -la obra a mayor inri está ambientada en Suiza- asociados al papel de Pierotto). Aparte de las grandes pièces de résistance solistas, son de especial buena factura los dúos, de amplia influencia sobre el primer Verdi.

Pero vayamos ya a las voces. Segura, valiente, vibrante, decidida a meterse al respetable en el bolsillo desde su cavatina di sortita, Diana Damrau. Dio su gran escena de la locura del segundo acto con una arrebatadora fuerza dramática que no rompió en ningún momento su tersa línea de canto. Posee un pianissimo profundamente seductor. Empezó algo circunspecto en el papel de Carlo, en el que debutaba, Juan Diego Flórez, como si estuviera pensando más en la partitura que en el personaje al que debía dar vida. Pero este tenor es de los que nunca falla, de una fiabilidad absoluta, como si las más perversas agilidades no le costaran esfuerzo alguno. Esta virtud natural, combinada con un timbre de voz de los más envolventes del panorama actual, suele desembocar en clamorosos éxitos: no fue menor el que obtuvo en el Liceo, que lo aplaudió cálidamente.

La pareja protagonista brilla a tal altura en esta obra que corre el riesgo de reducir el resto del reparto a meros comprimarios. Y sería injusto, pues ahí está el buen Pierotto de Silvia Tro Santafé o el muy seguro y consecuentemente aplaudido prefecto de Simón Orfila. Más convencionales, aunque a un nivel que no desmerecía del conjunto, el Antonio de Pietro Spagnoli o el marqués de Boisfleury de Bruno de Simone. A la batuta, Marco Armiliato manejó tiempos veloces pero atentos con las voces. Cumplió con su cometido el coro.


AGUSTÍ FANCELLI
El País

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