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CRÍTICA

La Fura cautiva en el estreno español de 'Le grand macabre' de Ligeti

20/11/2011 |

 

Programa: Le Grand Macabre, de Ligeti

Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu

Los cantantes encajaron de maravilla en la brillante escenografía | El disparatado argumento permitía otras lecturas en víspera electoral

No negaremos que la combinación Ligeti / La Fura dels Baus en la que era anoche la inauguración oficial de la temporada del Gran Teatre del Liceu dejó a parte del público sumido en el desconcierto. No tanto porque hubiera entre los palcos quienes esperaban deleitarse con arias belcantistas en una noche de tiros largos, ni porque la jornada de reflexión electoral demandara cierta solemnidad y no una macabra parodia de la muerte (en el fondo, una hilarante celebración de la vida. Si pudo haber desconcierto, fue porque, aun habiéndose preparado para el impacto sonoro y visual de Le Grand Macabre, la realidad superó inevitablemente la imaginación. El argumento disparatado estuvo espléndidamente servido por un elenco de nota sobre una partitura alocada pero en ningún caso violenta.

Los bravos competían al final de la representación con algunos abucheos aislados cuando los responsables de la puesta en escena salieron a saludar. A decir verdad, con la broma de ayer (esa muerte cuyo brazo ejecutor se emborracha y no cumple con su propósito de acabar con el imaginario Breughelland) el público liceísta se dio definitivamente por vacunado. No ha lugar para el escándalo cuando la factura de un espectáculo es tan impecable.

Gustaran o no el montaje y la partitura –los comentarios en los servicios no eran tan agradecidos–, però la velada vino a significar un antes y un después en el debate “modernidad versus tradición” en el seno del coliseo lírico barcelonés. “Echémonos unas risas”, parecían decir las tintineantes copas del entreacto en el Saló dels Miralls, como si el negro futuro económico hiciera necesario el paliativo. Porque la risa de Ligeti no es gratuita, es la risa que da el coraje para seguir adelante y enfrentarse al miedo. Nada más abrirse el solemne cortinaje rojo del Liceu, la orquesta abordó un concierto de cláxones. Sí, sí, una docena de bocinas de estas de goma negra fueron accionadas por tres percusionistas (manos y pies) siguiendo las muy concretas indicaciones de la partitura. A partir de ahí, el público se pudo esperar de todo, y nada normal.

No olvidemos que con un retraso considerable –y difícil de justificar–, el de anoche era el estreno en toda España de la ópera más representativa de la vanguardia compositiva europea, la que más montajes ha generado de entre las nacidas en el último cuarto de siglo XX. Y recordemos también que la propuesta escénica de La Fura, caracterizada por esta enorme muñeca, Clàudia, que compendia el pánico ante el apocalipsis anunciado por Nekrotzar, es una exhibición de dominio del concepto teatral.

Desde la escenografía de Alfons Flores –esta Clàudia de 7 metros de altura por 19 de ancho cuyo interior alberga desde una cocina hasta un observatorio– hasta la inspirada videocreación de Frank Aleu, pasando por el vestuario de Lluc Castells y la ilumnación de Peter van Praet, no hay duda de que el celebrado montaje, que ya se ha visto en Bruselas, Londres, Roma, Buenos Aires y Australia, tiene motivos para consi derarse en muchos teatros de ópera el definitivo para el título de Ligeti. Tal es la consonancia que han encontrado Àlex Oller, fundador de la compañía, y la codirectora de la pieza, Valentina Carrizo. con el humor del compositor. Consonancia algo escatológica que en víspera electoral invitaba a una reflexión macabra de la realidad social y política.

Por cierto, no acudieron a la cita oficial ni reyes ni vireyes, ni alcaldes ni presidentes. Sí estuvieron el conseller Ferran Mascarell y el concejal Jaume Ciurana. Y se vio por los pasillos a Oriol Pujol. En cualquier caso, quien llevó la voz cantante en el Liceu fue el elenco, que encajó de maravilla en la escenografía: celebrada Barbara Hanningan en el doble papel de Gepopo (jefe de policía) y Venus, con dificultosas arias ininteligibles. Chris Merritt convenció en el papel de Piet the Pot. Arrancaron risas la dominátrix Mescalina, cantada por Ning Liang, y su pobre marido, Astradamors (Frode Olsen). Los amantes, que se pasan la obra haciendo el amor en la tumba que deja libre Nekrotzar (Werner Van Mechelen) son locales: Ana Puche y Inés Moraleda. Y gustó Brian Asawa como el príncipe Go-go. Por cierto, la obra está llena de guiños a la historia de la música: Madonna, Bob Dylan y ese “Thriller” de Michael Jackson que bailan los ejecutores del plan macabro enfundados en máscaras antigás.

Y un guiño local en el estreno barcelonés: el uniforme de Mossos d’Esquadra que llevan los agentes que detienen al patético principe que no sabe si está vivo o muerto.

Mucha guasa.


Maricel Chavarría
La Vanguardia

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