6/4/2011 |
Programa: Obras de: Mozart, Donizetti, Mascagni, Cilèa y Verdi. Intérpretes: R. Villazón, tenor. O. S. del Liceu. G. Voronkov.
Lloc i dia: Liceu
Villazón, en una imagen de archivo El esperado regreso a la temporada del Gran Teatre del Liceu barcelonés del más querido de los tenores del momento, Rolando Villazón, se saldó con su público puesto en pie agradeciéndole con desenvoltura y sinceridd el canto pasional y entregadísimo de este cantante carismático y sensible. Flores de espontáneas, vítores incontenibles, emoción a flor de piel... Villazón volvió a contagiar con su poder de comunicación regalando todo aquello que sabe hacer para ir directo al corazón del público.
El programa comenzó con un par de arias de concierto mozartianas cantadas con tanta pasión como la verista «Dolcissima effigie» de «Adriana Lecouvreur» de la segunda parte, reinventándose a Mozart, porque la verdad hablar de «estilo» en este caso suena absolutamente fuera de lugar: este es Villazón, y él sabe cómo llevarse a su terreno todo aquello que toca, desde el barroco al bolero. Alarde de control de «fiato», de agudos, de pianísimos, incluso hasta de agilidades... El tenor mexicano demostró encontrarse completamente recuperado de sus afecciones vocales dominando la emisión, la proyección y aplicando el esmalte adecuado a una voz que corre lo suficiente como para abarcar un repertorio como el escogido en este concierto.
En la primera parte sobresalió el aria de Don Ottavio: tenerlo en ese papel debe ser un lujo; en su voz y en su extroversión «Il mio tesoro» consiguió llegar a cotas insospechadas de belleza ayudado además por una Simfònica del Liceu casi camerística, de poco más de treinta profesores.
Si al principio se le vio preocupado por el cambio de director musical —Michael Hofstetter fue baja—, al final el trabajo en el podio de Guerássim Voronkov fue plenamente convincente, dando al solista todo el apoyo necesario y consiguiendo, por ejemplo en la obertura de la verdiana «La forza del destino», momentos de gran calidad musical.
Finalizó el concierto con un sentidísimo «Quando le sere al placido», de «Luisa Miller», seguida de tres propinas, primero una versión electrizante de «Una furtiva lagrima» —llena de efectismo y ternura— seguida de la romanza «Ya mis horas felices» de la zarzuela «La del Soto del parral» finalizando con una «Rosó» dicha en perfecto catalán e inundando una vez más de ilusión y de magia el patio de butacas de su querido Liceu, despidiéndose de sus admiradores después de besar el escenario.