14/4/2010 |
Programa: El Rapte en el Serrall de Mzart
Lloc i dia:Liceu
Además de Damrau, todo el elenco arrancó el aplauso del público, sobre todo Franz-Josef Selig.
Triple debut saldado con dos grandes éxitos y división de opiniones. Anoche se presentaban por primera vez en el Liceu algunos de los grandes nombres de la ópera actual: la soprano alemana Diana Damrau, el director de escena Christof Loy y el director de orquesta Ivor Bolton. Y lo hicieron con El rapto en el serrallo, un singspiel de Mozart cuya importancia Loy y Bolton quisieron remarcar manteniendo toda la música y recortando muy poco texto aunque, eso sí, cambiando el foco de interés de la obra hacia la volubilidad de los afectos humanos, con una Konstanze prisionera en el serrallo del pachá Selim que acaba algo confundida respecto a sus sentimientos por él y por su amado Belmonte. Y todo eso con una puesta en escena austera pero elegante, trasladada a principios del siglo XX. A juzgar por los aplausos finales, el triple debut se saldó con un triunfo mayúsculo de Damrau, que debutaba con el mismo papel de Konstanze con que lo hizo Edita Gruberova en 1978; con aplausos y bravos para la dirección musical de Bolton; y, nada sorprendente en el Liceu, con aplausos y sonoros abucheos para la puesta en escena de Loy, que a algunos se les hizo demasiado larga.
Lo cierto es que la función acabó justo a medianoche, cuando se cumplían cuatro horas del inicio, cuatro horas en las que, cierto, hay que incluir las numerosas interrupciones del público para aplaudir a todos los cantantes sin excepción. Porque aunque es probable que la melancólica y hermosísima aria Traurigkeit ward mir zum lose (La tristeza es ahora mi destino), cantada por Damrau en el segundo acto, fuera uno de los puntos culminantes de la función –por lo menos a juzgar por el estruendoso aplauso y los realmente estentóreos bravos que profirió el público–, tanto la bellísima Olga Peretyatko, que encarnaba a Blonde, dama de Konstanze y mujer liberada avant la lettre, como los dos enamorados Belmonte (Christoph Strehl) y Pedrillo (Norbert Ernst), como, sobre todo, el bruto guardián Osmin encarnado por Franz-Josef Selig obtuvieron sin ningún género de dudas el favor del público.
En cuanto a la historia, Loy acentuó fuertemente las dudas de Konstanze entre Belmonte y el magnánimo y culto pachá Selim evitando los abrazos en su reencuentro y también proponiendo como comienzo del tercer acto una escena onírica, velada por un telón traslúcido de nubes que acababa recordando por momentos a Dalí aunque también a Beckett. La volubilidad de los sentimientos, el reencuentro con un amado que en vez de pasión provoca extrañeza acaban resueltos volviendo a los amores iniciales y promoviendo un final ejemplarizante. Porque si en la obra hay bastante humor y Osmin, fiel seguidor de Mahoma, acaba alabando al vino de Chipre de Baco, y, entre otras anécdotas, Pedrillo canta Els segadors mientras espera a su guardián, al final resulta que el pachá perdona incluso al hijo del que le maltrató –el padre de Belmonte– y canta que es mejor devolver una injusticia con un favor que una torta con otra. Público entre los cantantes. El coro de esta versión de El rapto en el serrallo irrumpe en el anfiteatro, con espectadores incluidos, durante diversos momentos de la función.