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CRÍTICA

Aida, amb Roberto Alagna, al Liceu

El tenor y la corista

21/11/2007 |

 

Roberto Alagna se ha quitado por fin la espina que tenía clavada en su corazón de divo. El papel de Radamés se le resistía desde su sonada espantada en medio de una representación de Aida en diciembre del año pasado en la Scala de Milán cuando, tras soportar mal los abucheos a su interpretación del aria Celeste Aida, abandonó el escenario. En el Liceo, anteanoche la expectación se palpaba en el ambiente cuando el famoso y temperamental tenor francés atacó con mucha cautela la célebre y comprometida aria, colocada al comienzo de la ópera por Verdi. No la cantó como los grandes tenores -aunque se empeñe, Alagna no tiene voz para Radamés-, pero superó la prueba, se vio respaldado por la ovación del público y todos respiramos tranquilos. La función transcurrió sin incidentes, algo que, visto el percal que gastan hoy algunos divos, ya es noticia.

Menudo morbo
En el escenario lucían nuevamente los históricos decorados de papel pintados por el escenógrafo Josep Mestres Cabanes en 1945, que son una obra maestra de la perspectiva, un sueño mágico, pintado en humildes tiras de papel, que el Liceo mantiene como clásico de su repertorio. Volvieron a emocionar al público por su grandiosa belleza, iluminada de forma admirable por Albert Faura. No fue, sin embargo, una Aida normal, porque ni el mismo Verdi hubiera podido imaginar que en la escena más espectacular de su genial ópera, en plena marcha triunfal, centenares de espectadores, muchos de ellos provistos de binoculares, buscaban a una corista: Sonsoles Espinosa, esposa del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que debutaba en el Liceo como parte de las voces contratadas como refuerzo coral en tan significativa escena. El escenario repleto de cantantes, bailarines y figurantes, y todo el mundo buscando a Sonsoles. Menudo morbo.

Alagna ganó confianza en sus medios y fue a más a lo largo de la representación: suple la carencia de peso dramático con un fraseo de gran elegancia, una dicción clara y una voz que conserva toda su belleza en el registro central. Los agudos, aún firmes, han perdido luminosidad y los graves suenan oscurecidos de forma artificial, pero su excelente línea de canto acabó convenciendo. La soprano italiana Micaela Carosi fue una Aida más que correcta, cuyo punto débil fueron sus pianísimos, de escasa proyección. Quienes mostraron verdadero temperamento verdiano fueron la mezzosoprano italiana Elisabetta Fiorillo y el barítono menorquín Joan Pons. Ella con una Amneris rotunda en lo vocal, un punto exagerada y de imponente fuerza dramática. Él con un Amonasro fiero y cautivador, cantado con nobleza e intensidad.

La masa coral, preparada con fibra verdiana por José Luis Basso, respondió con brillantez, mientras que la orquesta tuvo sus altibajos bajo la solvente batuta de Daniele Callegari. No fue una Aida de opulencia sinfónica, y no podía serlo con estas voces, ya que, si el director italiano no hubiera controlado a fondo las dinámicas, Radamés y su amada Aida habrían sido sepultados antes de tiempo. La dirección escénica del catalán José Antonio Gutiérrez hace justicia al sueño de Mestres Cabanes al servir con humildad la acción teatral para dejar todo el protagonismo a sus maravillosos decorados.

JAVIER PÉREZ SENZ
El Pais

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