25/9/2024 |
Programa: Lady Macbeth de Mstensk, de Shostakovich
Lloc i dia: Gran Teatre del Liceu
Miles de litros de agua cubren el escenario del teatro de La Rambla en la nueva adaptación de 'Lady Macbeth de Mtsensk' que inaugura la temporada. "Es un pozo de depravación moral que salpica a todo el mundo", nos cuenta el director y cofundador de La Fura dels Baus
Una mañana infausta de principios de 1994, la chispa de un soplete prendió el telón de terciopelo del Liceu. En cuestión de tres horas el edificio quedó reducido a cenizas. «El incendio tuvo un profundo impacto emocional en la sociedad catalana», recuerda Àlex Ollé (Barcelona, 1960) al descanso de un ensayo en el teatro de La Rambla. «Sin embargo, aquel trauma permitió repensar la esencia misma de esta institución, que a partir de entonces empezó a tender otros puentes, digamos más accesibles y menos elitistas, con la sociedad de su tiempo».
Treinta años después de aquellas llamas, el Liceu se ha inundado: miles de litros de agua cubren todo el escenario en la nueva y transgresora versión de Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakóvich que ha concebido Ollé para la inauguración, este miércoles, de la temporada del Liceu. «Fue curiosamente durante las obras de reconstrucción tras el fatal accidente que se decidió acondicionar toda la red freática que pasa por debajo del edificio y cuyo caudal se utiliza desde hace años para regar parques y jardines y limpiar también las aceras de la ciudad».
Aquí arriba el agua, que ha sido tratada con una solución de cloro en un inmenso tanque del subsuelo del teatro para eliminar bacterias, algas y otros contaminantes, no es un elemento de pureza, sino todo lo contrario. «El espacio que proponemos quiere representar el sentimiento profundo de vacío en el que vive la protagonista», explica a La Lectura el director de escena y cofundador de la compañía La Fura dels Baus. «Esta sustancia, invisible y al mismo tiempo oscura, emana directamente de las cloacas de la conciencia de una sociedad tóxica».
UNA EMOCIÓN DESTRUCTIVA
En 1930 Shostakóvich comenzó a componer su segunda ópera a partir de una novela de Nikolái Leskov. «La historia transcurre en una zona rural de la Rusia profunda del siglo XIX», explica Ollé. «Katerina, la protagonista, está casada con un comerciante, pero nada de su matrimonio la satisface y detesta profundamente a su autoritario suegro». Atrapada en esta cárcel de aparente prosperidad, sucumbe a la destructiva emoción de un contacto erótico con un trabajador de la fábrica de harina de la familia. «Pero tampoco encuentra felicidad en esta forma de venganza».
En un intento desesperado por alcanzar la libertad que el mundo le niega, Katerina acabará envenenando a su suegro y estrangulando hasta la muerte a su marido. «Al igual que en Ricardo III de Shakespeare, aquí el aburrimiento desencadena el caos y acciona el motor de la pulsión homicida». La habitación en la que la que pasa la mayor parte del tiempo es, a la vez, su prisión y su refugio. «En el libreto se nos describe a una mujer anulada psicológicamente, incapacitada para tener hijos y sometida al poder de los hombres que busca una salida a su agonía».
Para Shostakóvich, sin embargo, Katerina no es una vulgar asesina. En un capítulo de sus memorias, el compositor sostiene que, en determinados contextos de sufrimiento y opresión, el acto de matar podría no ser considerado un crimen de acuerdo a la moral tradicional. «Nada de lo que aquí ocurre se presta al trazo grueso», prosigue Ollé. «No creo que estas sea una ópera feminista, como se suele considerar, ni tampoco que estemos ante una glorificación del proletariado que justifica cualquier fechoría que se adscriba a los ideales antiburgueses».
En realidad, la premisa bajo la que han operado Ollé y su habitual equipo de colaboradores (Alfons Flores para la escenografía de paneles móviles, Urs Schönebaum a los mandos de una iluminación cargada de simbolismo y Lluc Castells como diseñador de un vestuario actualizado, pero con reminiscencias a la España de posguerra) se formula entre interrogantes. «El punto de partida de esta producción es una pregunta que tal vez no tenga respuesta», dice Ollé. «¿Qué lleva a una mujer de su condición y en aquella época a cometer los crímenes más aberrantes?».
El 26 de enero de 1936, dos años después de su primer telón en el Teatro Maly de Leningrado, Stalin se presentó por sorpresa a una de las funciones de Lady Macbeth en el Bolshói de Moscú. Al día siguiente, apareció en el Pravda un editorial titulado «Caos en vez de música» que supuso el vertiginoso descenso a los infiernos de Shostakóvich, quien a partir de entonces se vio obligado a adaptar su estilo («vulgar, primitivo, cacofónico, nervioso, espasmódico», según los censores) a las necesidades propagandísticas del régimen. No volvió a componer una ópera.
GENÉTICA LICEU Y ADN FURERO
El estreno de este montaje que ha programado el Liceu en régimen de exclusividad no sólo saldará una cuenta pendiente de más de dos décadas con este título fundamental del siglo XX, sino que servirá de colofón a los cinco años de Ollé como artista residente del teatro barcelonés. Este acuerdo de colaboración, prorrogado por dos temporadas más hasta 2026, ha permitido conjugar el adn inimitable de La Fura dels Baus con la genética de uno de los grandes templos europeos de la lírica, que el pasado mes de mayo cumplió 177 años de historia.
«Desde mi debut aquí como figurante de Historia de un soldado del Magic Circus en 1982, siempre me he sentido como en casa», confirma el director catalán. «Ahora se me ha dado la oportunidad de trabajar desde dentro, con lo que eso implica de aportación y sentido crítico, siempre constructivo, pero también de aprendizaje, pues cuando solo estás de visita se te escapan las dinámicas internas del teatro». Su planteamiento pasa por renovar la mirada y cuestionar las certezas del público. «A veces cuesta, pues no hay creación sin fricción», asevera.
Como parte de sus competencias en el Liceu, Ollé coordina el proyecto Òh!pera que, en colaboración con el Disseny Hub del Ayuntamiento de Barcelona, sirve de iniciación en el género a creadores jóvenes de todos los ámbitos artísticos, desde compositores y libretistas a cantantes, directores de escena y músicos de diversa procedencia. «Jamás había visto tanto talento por metro cuadrado como en estos equipos creativos», confiesa. «Es una experiencia muy potente, pues te das cuenta de que en estos talleres se decide el futuro de la ópera».
En sus comienzos como furero, todo era ruido y furia en unos tiempos, los de la Transición, proclives a la rebeldía y la desproporción. La performance radical de Accions, la distopía tecnológica de Noun y el coloso autómata de la ceremonia inaugural de los Juegos de Barcelona convirtieron a la compañía en un referente mundial de experimentación e innovación escénica. «Más de 40 años después, conservamos el alocado inconformismo de nuestros inicios, aunque cada uno ha tomado su propio camino...», se sonríe. «Eso sí, sin dejar de ser fieles a la marca».
En esta adaptación de Lady Macbeth de Mtsensk la acción avanza a ritmo vertiginoso. «Bajo la influencia del expresionismo musical y cinematográfico, Shostakóvich trata la partitura como si fueran fotogramas en una sala de montaje». El resultado funciona como un radical y descarnado thriller psicológico. «Algunos directores optan por bajar el telón para que sea la música la que narre los momentos de mayor crudeza, pero a mí esos pasajes me permiten transformar el espacio para demostrar cómo la violencia adquiere nuevas formas para generar más violencia».
El espejo líquido que cubre todo el suelo bien podría interpretarse como una premonición del trágico final de Katerina —que en el libreto original muere ahogada en las frías aguas del Volga— si no fuera porque Ollé introduce un cambio significativo en el desenlace del cuarto acto. «Para mí, el castigo ejemplar en un campo de Siberia, donde habrá de cumplir condena, se aleja de esa mirada compasiva con la que Shostakóvich se empeña en suavizar la maldad de Katerina. De ahí que me haya tomado una licencia que, por supuesto, no puedo revelar...».
Las sopranos dramáticas Sara Jakubiak y Ángeles Blancas liderarán el primer y segundo reparto durante las ocho funciones programadas entre el 25 de septiembre y el 7 de octubre, que contarán además con la garantía del maestro Josep Pons al frente de la orquesta titular. «Estamos ultimando detalles a contrarreloj», se excusa el director barcelonés, algo apurado por el ruido de la megafonía del teatro, que llama a marcas a los cantantes. «Ya puedes plantar un monolito de 10 toneladas en mitad del escenario que sin un gesto preciso el público va a entender lo que quieres transmitir», dice. Y regresa a su marca.