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CRÍTICA

Katia, castrada, confusa y atribulada

11/11/2018 |

 

Programa: 'Katia Kabànova' de Janácek

Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu

El público del Liceu disfruta en el estreno de la ópera de Janácek, una denuncia de la moral antierótica y culpabilizante

Leos Janácek es un espíritu libre, no se enmarca en una corriente estética, no abunda en ninguna escuela en pleno cambio del siglo XIX al XX. Su música, aún atravesada por el folklore de su Moravia natal, está al servicio de mensajes crudos y dolorosos sobre una burda condición humana. Y Katia Kabanová, la ópera que volvía anoche al Liceu, no es una excepción. Aunque se diría que no había conciencia de asistir ayer al título más especial de la temporada liceísta. O al menos no le pareció importante a la clase política del país, que estuvo únicamente representada por la secretaria general de Cultura de la Generalitat, Maria Dolors Portús.

Noviembre –esta vez sí– se había instalado en la platea. Y con él, un público que realmente goza de la ópera a un nivel advanced, aunque llene el teatro al 70%. Esta ópera en tres actos de Janácek –que se vio en el Liceu en 1973 y el 2002– llegaba luciendo sus casi cien años (se estrenó en Brno en 1921) en plena forma y vigencia.

Sería fácil, claro, hablar de un expresionismo trasnochado en su concepto teatral y su visión del drama. El drama que en este caso es La tempesta de Aleksandr Ostrovski, en la que esta ópera se inspira, y cuya traducción del ruso al checo adapta el mismo Janácek, aún eufórico por el ocaso del imperio austrohúngaro y el nacimiento de una Checoslovaquia rusófila.

Podría caerse en esa trampa, decíamos, si no fuera por la solvencia con la que David Alden, el director de escena norteamericano, potencia el rasgo expresionista de la obra jugando con las luces y las sombras, desequilibrando los interiores escenográficos, evocando de paso el totalitarismo soviético: “Maldito”, reza un valla de propaganda política con el demonio y su tridente, al tiempo que una Katia creyente se lamenta... “Vive y que el pecado sea tu tortura”, se dice a sí misma.

El montaje, sencillo pero profundo, abunda en esa sórdida radiografía del comportamiento humano: el maltrato de la suegra autoritaria y su hijo calzonazos le sirve a Janácek para poner el dedo en la llaga del maltratado, en esa generación de jóvenes sometidos a sus mayores en una sociedad opresiva y anclada en el pasado. Sí, es en la sumisión –insufrible a ojos del espectador– donde el compositor y el elenco dirigido desde el podio por Josep Pons ponían ayer el acento.

Brava la soprano Patricia Racette como Katia, con ese gran recitativo que es el texto, sin arias. Es difícil decir si su acting no supera a su canto. Y espectacular la reacción del público, aplaudiendo durante seis minutos. La Simfònica del Liceu sacó partido al poderío orquestal de la partitura, cruzándose con las voces de forma milagrosa.

La obra está además preñada de simbolismos... ese Volga al que Katia se acaba arrojando, como Anna Karénina se arroja al tren. Otra historia de mujer casada busca... vivir otro amor. Pero la idea patriarcal de adulterio se cierne sobre ella. La culpa pone fin a su vida en uno de los momentos musicalmente más envolventes. Katia desaparece para que todo siga como está. 


MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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