El Palau de les Arts valenciano recupera, brillante y oportunamente, el montaje que puede considerarse canónico de esta gran obra, original e inquietante, que estrenada en 1945 continúa increpándonos como parábola del abandono del hombre solo y enfermo, incapaz de integrarse en paz en una sociedad también enferma, compuesta por una suma de individuos solitarios e insatisfechos. Wlly Decker subraya la tensión entre el individuo y su entorno, a través de una poderosa plástica teatral de masas compactas que se desplazan como una ola gigantesca y amenazadora frente a la figura desolada del marinero que maltrata a sus grumetes, y las dos personas que a él se acercan, la maestra Ellen, con quien no se llegará a casar, y su amigo Balstrode, que le aconseja que al mar se entregue.
Christopher Franklin se aparta tanto del efectismo del melodrama como de las nieblas de la evocación para dirigir a la pletórica orquesta increpando a la audiencia con el enigma esencial del drama lírico: ¿Cabe señalar una frontera entre el bien y el mal? ¿Es posible vivir cuando se confunden hasta anularse y difuminarse? La especie humana, siempre sometida al contagio, está obligada a soportarse y a quererse, con la paciencia, la debilidad, el miedo y la estupidez como el tejido donde el amor prende, igual que la maestra teje el jersey del grumete que perecerá en manos del torpe marino.
El muy versátil Gregory Kunde insufla doliente humanidad al protagonista, consiguiendo que el monstruo sacamantecas despierte la piedad que merece un pobre desgraciado, cuyo diagnóstico permanecerá inédito; el héroe moderno no premia a la audiencia con la catarsis, su ejemplo inocula el virus angustioso de la lucidez. Lea Partridge, como la maestra Ellen Orford, demuestra que la delicadeza de una mujer valiente y abnegada es una fuerza inmensa, aunque fracase ante el pueblo obtuso y no consiga salvar al condenado. Robert Bork es el amigo convertido en verdugo, sobresaliente como el resto del amplio reparto, donde aparece la veterana Rosalind Plowright como la mezquina y drogadicta señora Sedley. El Coro, a las órdenes de Francesc Perales, es el otro protagonista decisivo.
Una muy estimulante jornada de ópera en Valencia, que coincide con la rotunda Dead Man Walking en el Teatro Real, una doble excelencia que el melómano patrio debe celebrar con justificado orgullo.