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CRÍTICA

Barenboim interpreta 'El Clave ben temperat' a l'Ibermúsica

El gran arte de Barenboim

8/10/2004 |

 

Ibermúsica
Recital extraordinario. Daniel Barenboim, pianista. El clave bien temperado, de Bach (1 libro). Auditorio Nacional. Madrid, 7 de octubre.

En un concierto extraordinario, Ibermúsica ha presentado al pianista Daniel Barenboim en el primer libro de El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach, coincidiendo con la aparición en CD de esta obra hermosa y no sólo importante desde el punto de vista técnico. Creo que el excelente músico que es Barenboim entiende los 24 preludios y fugas de la primera parte de la suma para teclado precisamente así: en su valor de arte fuera de serie.

Y reafirma mi idea aquel recuerdo que cuenta Daniel Barenboim en sus memorias, Una vida para la música (Vergara, 1992), cuando escuchó Bach a Fischer.

La impresión fue tan grande que, pasados los años, Barenboim no duda en confesar que ejerció "una notable influencia sobre mí no sólo del intérprete, sino más aún por cuanto revelaba de la grandeza del compositor". "Había en la versión bachiana de Fischer un vigor fuera de lo común" y un concepto que hace abstracción, por difícil que ello sea, de la problemática instrumental y estilística para profundizar en la riqueza y variedad de todos y cada uno de sus admirables preludios y sus no menos admirables fugas.

Incluso a veces la relación entre los dos componentes de cada propuesta no guarda exacta dependencia y hasta parece imponerse la libertad más abierta entre lo que en teoría podría ser secuencia y consecuencia.

Emoción
Hasta podríamos pensar que Barenboim, como otros estudiosos e intérpretes de Bach, entiende el término clave como referencia e instrumento de teclado -sobre lo que ya escribió Jorge Demus- y al escuchar la expresividad sustancial -no producto de recursos sobreañadidos- con que Barenboim nos comunica El clave bien temperado, nos parece adivinar (soñar, si se quiere) la voz del órgano, el anticipo del gran piano, la emoción de las voces humanas, el coral y cuanto habita en el Corpus legado por el cantor de Santo Tomás en su amplia significación de testamentario de lo antiguo y vocero emocionante de lo nuevo, sístole y diástole del artista verdadero y perdurable.

En la sucesión de maravillas de una obra semejante, Daniel Barenboim hace triunfar por encima de todos los valores el difícil arte de la naturalidad, el triunfo de la armonía, el contrapunto y la invención en forma que no sólo justifica sino que impone con precisión la audición del conjunto del Clave como experiencia imprescindible para comprenderlo y amarlo.

No hay peligro de cansancio porque no existe reiteración, sino creación siempre nueva que Daniel Barenboim subraya y enaltece hasta lograr la elevación implícita en todos y cada uno de los preludios y fugas y en el panorama de conjunto que al final se ofrece a nuestra admiración.

Estamos, sin duda para mí, en una de las cimas del intérprete Barenboim, del músico, del virtuoso, del poeta. Así lo entendió la audiencia que llenó la sala grande del Auditorio Nacional durante casi dos horas de emoción, respiración contenida y eclosión entusiasta y agradecida en una jornada de las que dejan honda y larga huella.

Enrique Franco
El País

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